Es difícil dejar de hacerse eco de las tendencias que, sin remilgo, ostentan quienes actualmente tienen en sus manos la guerra o la paz, guían ... las directrices de la salud mundial, el bienestar, la vida o la muerte, el futuro medioambiental, la inteligencia artificial, o de lo que es verdadero o 'fake news'. Me gustaría escribir una columna con hechos alegres o culturalmente ricos, pero las provocaciones, desprecio a instituciones multilaterales, y el pragmatismo mercantilista de Donald Trump como líder de una potencia mundial rompe moldes éticos y deja en el brete a países democráticos, también en Europa. El escenario orquestado para recibir con pleitesía al príncipe de Arabia Saudí ha sido impactante, no solo por la puesta en escena de grandes medios y dispendios, sino por su contenido, participantes y significado.
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Que se agasaje pomposamente a una persona como el príncipe saudita, de borrosa trayectoria, sofisticado pero también maquiavélico y sin escrúpulos, aunque inmensamente rico y con demasiada importancia geoestratégica y económica en el engranaje geopolítico actual para el mundo occidental y democrático, es cuestionable, salvo que se mida la política solo desde una postura de rentabilidad material (que no humana) inmediata. Pero, que la respuesta de Trump a la pregunta profesional de una periodista, sobre el asesinato del periodista Jamal Kashoggi fuera que se trataba de noticias falsas y que son «cosas que pasan» es inadmisible desde cualquier punto de vista ético. Más aún cuando fueron las palabras de un líder de uno de los países más influyentes en el controvertido escenario mundial actual del que pretende regir su destino. El valor de una vida humana merece inquebrantable respeto, más allá de una respuesta pública con sorna. ¿Qué podemos esperar de él? Para Europa el estilo del líder del país, hasta ahora aliado, que se mueve entre la adulación y las humillaciones internacionales, es una pesadilla diplomática de amplia trascendencia.
Quizás tengan razón los que propugnan que la especie humana está dando un nuevo paso evolutivo desde el 'Homo sapiens', caracterizado por la deliberación racional y la reflexión ética, hacia el 'Homo imbecilis' caracterizado por la subcontratación del juicio al egocentrismo inmediato, la atrofia de facultades críticas y un empoderamiento hacia las experiencias mediadas solo tecnológicamente.
Parece que la sociedad se ha convertido en un extraño cóctel en el que la mediocridad es un ingrediente básico, primando a los ignorantes sin pudor ni decencia. Lo malo es que rigen nuestros destinos.
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