Licencia para envenenarnos

Eso lo sabemos ahora; ellos, pobres, no tenían ni idea de que el plomo fuera así de malo. En eso son mejores que nosotros, fíjense. Nosotros también nos estamos haciendo cada día más tontos, pero resulta que sí sabemos qué es lo que nos envenena. Pero no dejamos de hacerlo.

El señor Zuckerberg es uno de los tipos más poderosos del mundo. Da un poco de grimica, pero eso es igual: más da Elon Musk, y es el más rico del planeta. Aparte de en eso, ambos coinciden en una segunda cosa: tienen en sus manos plataformas a las que están enganchados cientos de millones de personas. Ah, y en una tercera: los dos están muy interesados en que esas plataformas nos envenenen.

Es muy sencillo, discúlpenme que se lo cuente de nuevo. Su negocio es que usted entre en Twitter, Facebook o Instagram, y se quede ahí enganchado el mayor tiempo posible. Cuanto más tiempo, más anuncios verá usted, y más dinerico para ellos.

Eso se consigue sirviéndole a usted los contenidos que ellos saben que a usted le van a gustar. Hasta ahí, es lo mismo que hacemos, por ejemplo, en esta casa, sin ir más lejos.

Pero solo hasta ahí. Porque ellos dan un paso que nosotros no, y es donde empieza el veneno. Saben perfectamente que para usted es muy agradable leer cosas que le den la razón, que le alimenten el ego («si es que esto ya lo decía yo») o, más aún, que le enciendan su indignación: indignación contra alguien, siempre. Contra ellos. El PSOE, o los fascistas, o el PP, o los inmigrantes. Elija, que hay para todos.

El problema es que la realidad nunca le va a dar a usted toda la razón. Porque es así, la realidad. Pero eso a Zuckerberg y Musk no les frena. De hecho, saben que llegando más allá de donde llega la verdad (mintiendo, vamos) usted se va a sentir más a gusto, más reforzado. Más pegado a sus plataformas y sus anuncios.

El otro día Zuckerberg anunció que retira los mecanismos de comprobación de sus redes. Que nadie, ni humano ni artificial, comprobará que lo que sale por allí no es mentira. Licencia para envenenarnos. Luego no diga que no se lo advirtieron.

Este es un gobierno envuelto en causas judiciales que le incomodan. Y este es un gobierno que se ha puesto a legislar para hacer más difícil que le metan en causas judiciales que le incomodan.

No sé si hay que explicar más, pero como me queda un huequecito, pues lo intento. Cuando uno está inmerso en la polarización máxima como único mecanismo posible de supervivencia (el frentismo es la única salvación de un gobierno como el de Sánchez) llega un momento en que nada es ajeno a la dialéctica de los bandos. En ese instante, todo juez que se pone a hurgarle en algo al PSOE va a ser inmediatamente un fascista residuo del franquismo, y toda información contraria siempre un bulo. ¿Recuerdan lo que les contaba antes de las redes sociales y el veneno? Pues miren, así funciona: eso de que todos los jueces son fachas le viene bien a quien está molesto por tanto follón judicial. Y así rueda la bola: ah, los míos, siempre tan perseguidos.

«Y nadie en La Rioja se siente extranjero». «A no ser que seas extranjero», debería seguir el verso. Se ha puesto de moda eso de apuntar hacia Logroño cuando se quiere señalar a alguien como insolidario con las otras comunidades por no querer aceptar a ninguno de los chavales que han llegado en patera a Canarias.

Y, la verdad, algo de eso hay. Que no podemos acoger a tantos como Madrid, pues claro. Pero que nos toca hacer algo más de lo que estamos haciendo también parece evidente. Para dejar de pasar vergüenza.