La ministra Montero a sus treinta y tantos ha caído de pie, casi tanto como el exyerno de Don Juan Carlos, Iñaki Urdangarín, que vale ... 25.000 euros al mes por lo que calla. No tengo ninguna duda de que la de Igualdad es gente de bien, pero su empecinamiento en negar que las excarcelaciones y las rebajas de condena son fruto de la aplicación torticera de la ley del 'solo sí es sí' por parte unos jueces machirulos acabará pasándole factura, pero no será en este gobierno. Salvando distancias, Irene Montero es a Moncloa lo que nuestra Raquel Romero al 'palacete' de Vara de Rey. De otros, con menos pecados, han rodado cabezas. Lo cierto es que tampoco demasiadas porque en este país no dimite ni el tato.
La lista de 'ex' de Sánchez es moderada, aunque de los socios que le sustentan en el Gobierno y con los que vive en una permanente crisis, aunque sea con sordina, solo figuran Pablo Iglesias, que quiso probar fortuna en Madrid, y Manuel Castells, ese hombre que como su sucesor Joan Subirats, no pasaría un test de popularidad ni mucho menos un cuestionario de quién es quién, que dejó el Ejecutivo por motivos personales y de salud, los mismos a los que recurren todos para no desvelar lo que realmente se cuece en la trastienda.
El resto de exministros que algún día lo fueron han purgado pecados menores, minucias si se compara con las más de 640 mujeres y niñas damnificadas por las rebajas de condenas de sus agresores sexuales. De todos, Carmen Calvo pagó el desgaste de la coalición. Sánchez prefirió prescindir de ella para mantener una paz de apariencia, de pitiminí, en el seno del gabinete del presidente. El resto, más o menos, fueron víctimas del 'por motivos personales'. Un vodevil al que muchos claman que se apunte Irene Montero, siempre después de pedir perdón por los errores cometidos con su ley estrellada y antes de cerrar la puerta del Gobierno por fuera.
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