Miente, miente que algo queda
La plazuela perdida ·
Siempre había creído que la frase «Calumnia, calumnia, que algo queda» era de Voltaire, pues eso me dijeron, hace unas décadas, en clase de Filosofía ... en Bachillerato. También me dijeron que Voltaire acabó tan loco que se comió sus propios excrementos. Pronto descubrí que la última afirmación era mentira, pero de la otra, la de la calumnia, tardé más en convencerme de que no podía atribuirse al filósofo francés, aunque encierre una gran verdad.
Muy similar y de análogo significado es la frase del título de esta columna: «Miente, miente, que algo queda». Esta frase se ha atribuido a diversos personajes, entre ellos al dirigente y fundador de la extinta Unión Soviética, Vladimir Lenin, así como al ministro de Propaganda del Tercer Reich, Joseph Goebbels. Aunque seguramente no la dijera ninguno de los dos, es probable que ambos la aplicaran con entusiasmo, porque los dos eran dirigentes dictatoriales -sus dictaduras, las de Hitler y Stalin, asesinaron a más de diez millones de personas, cada una- y es consustancial a las dictaduras el mentir, eso sí, por el bien de la causa.
La mentira, que no es un pecado capital, pero casi, se considera algo horroroso... si la practican los demás, mas no es tan fea si la pone en circulación uno mismo. En este último caso, se utilizan eufemismos para describirla: «He dicho una mentira piadosa», «ha sido una mentirijilla», «no siempre es conveniente decir la verdad»... Hay ocasiones, las menos, en las que el mentiroso, después de engañar, siente remordimientos, pero lo normal es no sentir nada; y hay casos especiales en los que el embustero, después de lanzar el bulo, se siente muy satisfecho. Este último caso es el de las mentiras de los políticos, cuando lanzan promesas, sabiendo que no las podrán cumplir; aunque en este tipo de mentiras, cada vez más, el sujeto que las recibe está aprendiendo a distinguir cuándo pueden ser ciertas y cuándo son burdas mentiras.
Por todo lo anterior, llama mucho la atención el que tantos catalanes hayan podido creerse las mentiras del independentismo. Además de la mayor, que la independencia estaba a la vuelta de la esquina, es asombroso que quieran convencernos de lo contrario que ven nuestros ojos, insistiendo en que unos pobres chicos pacíficos han sido apaleados por la policía. Los que, en otros tiempos, hemos visto pegar a la policía, nos asombramos de la contención, de la paciencia, del estoicismo de los mossos y los policías nacionales que recibían pedradas y golpes sin una mala reacción. Nada que ver con aquella policía de antaño, ni con la que ha reprimido los disturbios en Chile o en Hong Kong, ni con el empleo que hacen de la fuerza policial en Estados Unidos o Japón, ni siquiera en Alemania o Francia. Me ha sorprendido la mesura en el uso de la fuerza y la profesionalidad de nuestra policía. Por mucho que mientan, qué nos van a contar a quienes veíamos a amigos, en los años setenta, ir a la manifestación del 1 de mayo, en Cibeles, y volver, una semana después, con la cara hecha un cromo y el alma también.
Arturo Pérez Reverte venía a decir, hace poco, que el mejor político era Sánchez, porque se había dado cuenta de que los votantes no tienen memoria y por eso miente como nadie. Yo no sé si tiene razón, pero me gustaría que todos los políticos siguieran el octavo mandamiento de la ley de Dios: «No dirás falso testimonio ni mentirás». Los políticos catalanes también.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión