Con los siete sentidos

El arco del triunfo y un riojanismo

Viernes, 30 de mayo 2025, 08:53

Estaba esperando mi turno en la panadería cuando entraron dos personas. Una de ellas, con voz alta y desabrida, le decía a su acompañante: «Eso ... me lo paso yo por el arco de triunfo». Aunque me movía la curiosidad, me mantuve en mi lugar y marché sin saber cuál era la cuestión que tenía tan enojado al señor.

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Mientras iba a casa, pensaba de dónde venía esa expresión. Recordaba que los primeros arcos de triunfo fueron levantados por los romanos para conmemorar una victoria militar, para agasajar a un gobernante, de hecho, cada uno estaba dedicado a un general victorioso. Posiblemente, el arco de triunfo más célebre del mundo sea el de París, construido por orden de Napoleón entre 1806 y 1836 para conmemorar la victoria en la batalla de Austerlitz. El arco ha sido testigo de momentos históricos como el paso de los restos mortales de Napoleón en 1840 o los desfiles militares de las dos guerras mundiales en 1919 y 1944.

Así pues, pasar por el arco de triunfo vendría a ser como pasar victorioso de alguna batalla o de algún acontecimiento. Cosa esta que no se ajusta a la expresión del enojado hombre de la panadería.

Consultadas diversas fuentes, vine a dar con estas respuestas. Una, que la locución «pasarse algo por el arco del triunfo» proviene de la costumbre militar de pasar con desobediencia por un arco de triunfo, como una forma de desprecio. Dos, que no es peyorativa en el sentido de insultar, sino que describe una acción de falta de respeto o una indiferencia hacia la autoridad o las normas. Bueno, sí es peyorativa, pues peyorativo es todo aquello despectivo, desdeñoso u ofensivo. Y claramente esa era la intención de la costumbre militar descrita y la del sujeto al que me refiero.

No sé qué norma, autoridad, jefe u opinión se pasaba, el individuo, por el pétreo arco de triunfo, pero lo que sí veo cada día en todos los medios de comunicación es cómo dirigentes y políticos –y otras especies sin definir– se pasan por sus respectivos arcos de triunfo los derechos humanos, las constituciones, las leyes, sus propios decretos, sus promesas, etc. La frase tendría su gracia si no hablásemos de millones de muertos, de más de 473 millones de niños que viven actualmente en zonas afectadas por conflictos, de mujeres asesinadas, del empobrecimiento de las familias, del negro espejo en el que se refleja el futuro de la juventud, de los apátridas. Si no hablásemos de enriquecimiento de unos a costa del perjuicio y la miseria de otros. Si no hablásemos —en riojano— del «sí por mis cojones» que mata y destruye lo humano que nos diferencia del animal. Y mientras, nosotros sentados cómodamente, atentos a nuestro ombligo, nos pasamos las desgracias ajenas por el férreo arco de nuestra indiferencia.

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