En diciembre de 2004 se cerró con cuatro llaves la magnífica programación de música clásica que hasta entonces nos había ofrecido el Teatro Bretón de ... Logroño. La inauguración de Riojafórum (que ofreció ese mismo año una programación clásica de auténtico lujo) tuvo mucho que ver. Ni siquiera la fastuosa celebración en 2015 de los 25 años del Bretón de los Herreros reconstruido mereció el menor detalle musical por parte del teatro, a pesar de la intensa campaña emprendida por un grupo de melómanos encabezados por Luis Fernando Rodríguez Imaz y secundada en estas páginas por quien esto suscribe. Solo se abrió el escenario del Bretón, si mis desordenados apuntes no me fallan, para la Orquesta Sinfónica de RTVE en 2007 (alquilado por una entidad bancaria), la soprano Ainhoa Arteta en 2012 y el tenor Miguel Olano en 2018.
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Así que no dejaba de ser un grato acontecimiento para los melómanos logroñeses la presencia de nuestro gran guitarrista internacional Pablo Sáinz-Villegas precisamente en este acogedor escenario del Teatro Bretón donde, en su única intervención anterior, en 1998 con apenas 22 años, con la Orquesta Millenium y debutó nada menos que con su primer Concierto de Aranjuez, la obra fetiche que le ha llevado luego en triunfo por todo el mundo.
Perdonarán que me haya permitido este largo preámbulo para resaltar la importancia que el Bretón ha tenido en que hayamos podido disfrutar del mejor concierto de Pablo del que yo tenga memoria... y son muchos, muchísimos.
La intimidad y cercanía que respiramos esa noche en el Bretón permitió una relación tan pura y directa entre el artista y cada uno de los asistentes que la música nos envolvía y acariciaba cada fibra del corazón.
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Nada que ver con esos fríos e impersonales auditorios modernos. Comenzó el concierto con una Danza nº 5 (Andaluza) de Granados algo áspera, contrastando en exceso melodía y martilleo acompañante, pero rápidamente llegó la magia de los fraseos etéreos, los sonidos cristalinos, los silencios profundos, la belleza irresistible, en una sucesión de joyas del acerbo musical español, sublimadas en una interpretación excelsa, interiorizada y de una perfección técnica insuperable.
En la Danza nº 10 (Melancólica) de Granados pudimos admirar la riqueza de voces que Pablo es capaz de extraer de su instrumento, hasta cuatro diferentes sonidos para expresar cada matiz.
Punto y aparte mereció la exquisita versión de Recuerdos de la Alhambra desgranada con tal embeleso que invitaba a una ingrávida meditación. Inolvidable la maravillosa visión del Adagio de Aranjuez a guitarra sola, así como las tres obras de Albéniz, con una Asturias de descubrirse.
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El artista riojano completó el deslumbrante concierto con dos propinas de culto: el delicioso Romance anónimo y la espectacular Gran Jota de Tárrega con todos los fuegos de artificio imaginables.
Vivimos la profunda experiencia de una música flotando por encima del tiempo y del espacio, con emocionantes silencios y todo el público en pie despidió a este querido guitarrista con grandes aclamaciones.
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