Los que reciben la madrugaba mientras elaboran el pan que ahora saboreamos: su tacto es nuestro gusto. Los que limpian las calles con la minuciosidad ... precisa capaz de eliminar la suciedad, tantas veces resultado del garrulismo de una humana ganadería intensiva: su vista es nuestro olfato. Los que escuchan el rendido lamento de los desahuciados por cualquier fondo buitre sin fondo, o el grito ahogado de las mujeres maltratadas, también a causa de nuestro cómplice silencio: su oído es nuestra conciencia.
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Todos los sentidos van en la misma dirección, así que todos habitan este verano enajenado, como el cálido invierno de nuestro descontento. Un cálido infierno en el caso de los palestinos aniquilados por la vesania de dos criminales procónsules al mando de un ejército capaz de asesinar a un joven con síndrome de Down que murió en Gaza tras el feroz ataque de un perro del ejército israelí.
Pensemos en ello cuando nuestras inquietudes se limiten a discernir qué ingredientes son adecuados para una extraordinaria y mostrable paella o la pesadumbre se convierta en insoportable desconsuelo ante una lluvia imprevista y refrescante. No olvidemos que detrás de los enseres se encuentran seres, humanos, demasiado humanos, que hacen posible nuestro estar siendo. Y que no existe ninguna razón, más allá que la casualidad cósmica, para que no seamos el sujeto que ahora sirve al predicado de la propia comodidad mientras piensa en el complemento circunstancial que le obligó a poner en juego los verbos de movimiento para poder agarrarse al presente continuo de vivir. Y que nosotros somos los otros en cualquiera de las estaciones, ya sean de tren o del año, porque al fin y al cabo los meses no son más que vagones llenos de esperanza transitando hacia la estación más próxima.
Las necesidades del guion del mercado, escrito por la mano invisible que siempre da las bofetadas en la misma cara, están convirtiendo al turismo en turisteo de turbas descontroladas diseñando un aborregado camino unidireccional.
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El pasado año un bar de Galicia cerró sus puertas, hartos sus propietarios de la marea de turistas agresivos, y lo hizo colgando un cartel de cierre en el que figuraba el siguiente lema: «Si cae una bomba en Mera quedan sin tontos en la meseta». Alegaban los dueños que no podían más con la mala educación y la prepotencia de la gente invasora frente a un servicio cuidado que ellos intentaban ofrecer todo el año.
«Leer y releer una frase, una palabra, un rostro./ Los rostros, sobre todo./ Repasar, pesar bien lo que callan./ Como no estás a salvo de nada, intenta ser tú mismo la salvación de algo/», versa la extraordinaria poeta Ida Vitale. A lo mejor dentro de este verano hay un otoño invencible en el que en nuestro estado de éxtasis vacacional seamos capaces de ver los rostros de los otros, sobre todo los rostros, para pesar y pensar bien lo que callan. Y hablar con sus silencios.
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