Hemos recordado mucha veces esa conversación, así que la tengo archivada en la memoria. Era una noche de sábado a comienzos de 2009. Llovía, y ... estábamos todos tomando cervezas en un bar cerca de la fuente de Murrieta. Edu, que siempre ha logrado mantenerse sereno y brillante en las nieblas del alcohol, dejó en el aire esta frase: «La crisis no nos va a afectar mucho, no estamos en mala edad. Para nosotros va a ser peor la que vendrá en diez o quince años y que nos pillará cuarentones».
Lo dijo y sonó igual que cuando chasquea la leña mojada en la chimenea. Esa idea lanzada en medio de una reunión de amigos ha ido abriéndose paso como la voz de un profeta a medida que íbamos cumpliendo años y comprobábamos que el futuro no era un sitio confortable. Los que nacimos en los 80, crecimos en los 90 y empezamos a adentrarnos en el mundo laboral con el nuevo milenio hemos ido coleccionando crisis y recesiones como los cromos de un álbum de sueños rotos; los dos últimos son dignos de Hollywood: pandemia mundial y guerra en Europa.
Esta no es una columna para lamentarse, hay que venir llorado de casa. Además yo pienso que no se puede vivir con miedo pero es bueno comprender que el mundo ha cambiado, y para nosotros ha cambiado a peor. Hemos estado décadas dentro de esa canción de Iván Ferreiro, oyendo promesas que no valen nada: planes de excelencia, programas de empleo a veinte años o estudios para el desarrollo científico y el talento del futuro mientras fuera de la caverna de Platón la realidad era un hundimiento; cuanto antes se dejen de propagandas nuestros gobernantes será mejor para todos. En esa maravilla de Nolan que es la película 'Interestelar', Cooper, apoyado en la puerta de su casa, dice que toca dejar de soñar mirando a las estrellas y que lo que hay que hacer es buscar nuestro lugar en el suelo. Estamos en un tiempo diferente, menos plácido y más duro. Lo intuimos nosotros aquella noche de lluvia, cuando éramos más jóvenes y el futuro solo era un torbellino de risas sobre la espuma de las cervezas.
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