Al igual que Gregorio Samsa, el personaje de Kafka, yo me he despertado una mañana tras haber sufrido una importante metamorfosis. No me he transformado ... en escarabajo, lo que sin duda hubiera sido una suerte, sino en algo muchísimo peor y más inmundo: me he transformado en fascista.
Publicidad
Lo peor de mi metamorfosis es que no me he apercibido de cuando asomaban los síntomas, e incluso ahora sigo sin comprender qué es lo que ha pasado. Yo estudié en la universidad en los últimos años del dictador Franco y, como muchos alumnos, estaba totalmente en contra del régimen y manifestaba mi oposición en las escasas formas que entonces era posible sin excesivo riesgo para la salud. Así, acudía a las asambleas que se organizaban en el campus, casi todas gestionadas por el Partido Comunista o CC OO, única oposición visible entonces ya que el PSOE estaba totalmente desaparecido y la mayor parte ignorábamos su existencia; leía autores prohibidos por el régimen como Max Aub, Arturo Barea, Hugh Thomas y otros, editados por Ruedo ibérico, que conseguía en forma clandestina; acudía a los espeluznantes recitales de delincuentes musicales como Raimon o Paco Ibáñez y resistía impertérrito aquellas espantosas salmodias que nos propinaban a cuyo final, en muchos casos, hacía lo que hoy llaman running estimulado por los famosos «grises» empeñados en sacarnos el diablo del cuerpo mediante el uso de sus porras. Ansiaba vivir en un país en el que hubiera elecciones libres, un ejército sometido al poder civil, uno jueces y tribunales independientes, libertad de expresión y todas esas cosas que caracterizan a una democracia. Cuando por fin se hicieron realidad, me apresuré a votar al PSOE que, cuando cesó el peligro, había asomado la patita, se había adueñado de la oposición y parecía lo más oportuno. Después, cuando ya con Felipe González cayó en la corrupción y organizó aquellos infames asesinatos «de estado» con el vergonzoso GAL, decidí que esa no era mi democracia y dejé de votar.
Pues bien, mis ideales siguen siendo los mismos y estaría dispuesto a votar a un partido que los cumpliera. Sin embargo, y de ahí mi metamorfosis involuntaria, súbitamente me he dado cuenta de que en este momento mantener y desear lo que yo mantenía y deseaba entonces es, con todas las letras: ser fascista. Protestar porque el poder ataque a los jueces por cumplir con su deber, quejarse de la ocupación por el Ejecutivo del Tribunal Constitucional, indignarse porque una exigua minoría condicione la acción de gobierno, lamentar que el poder infeste todos los organismos públicos con colegas paniaguados, luchar por la igualdad entre los españoles y llorar porque los medios de comunicación públicos, lejos de ser indepen- dientes estén al servicio del poder, es, según la opinión predominante, ser fascista macizo. ¡Y yo sin darme cuenta!
¡Oferta especial!
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión