Últimamente se habla mucho de los españoles pobres o de los que están en riesgo de pobreza, sin caer en la cuenta de que, si ... lo pensamos bien, todos estamos en riesgo de pobreza y, también todos, morimos igual que nacemos: con lo que llevamos puesto, o sea nada. Además, nos empeñamos en medir la pobreza en términos absolutos, cuando es una cualidad, si puede llamarse así, completamente relativa. Lo que para unos es riqueza, para otros es pobreza; ya que se suele medir en comparación con la que tienen quienes nos rodean. Pongamos el ejemplo de mi infancia: nadie tenía baño en casa, porque no había agua corriente, y los considerados ricos usaban un mueble jofaina para lavarse la cara, aunque no les compensaba hacerlo, por la complejidad de la retirada del líquido, así que acababan usando una palangana y tirando el líquido por la ventana, no sé si al grito de «agua va» o sin contemplaciones. Nadie tenía calefacción, se calentaban en la lumbre, y, los pies, en un brasero de cisco, que atufaba la habitación y en el que aprovechaban para asar ajos. Los medio ricos tenían 'gloria', que era una habitación de planta baja, con agujero bajo el solado y salida de humos, en el que se quemaba paja o sarmientos. Las 'glorias' eran criticadas por el médico, ya que, al calor asfixiante, se juntaban familiares y vecinos y, en contraste con el frío del resto de la casa, el calor sofocante era propicio para contraer y contagiar enfermedades respiratorias. Los ricos de entonces, hoy serían pobres de solemnidad.
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Sí, en la vida casi todo es relativo y la pobreza también. Hay quienes se sienten ricos, mientras que otros, con las mismas pertenencias, se consideran pobres; todo depende de la conformidad o la avaricia de la persona y esto tiene difícil arreglo y no depende de ideologías, clases sociales ni acerbos culturales. Me temo que el afán por acumular o el carácter desprendido provengan de un atavismo genético de difícil catalogación, al igual que la bondad o la vileza, porque, ambas cosas, haberlas, haylas.
Aquí, como en todos los lugares, hay de todo. Aparte de los auténticos pobres, los que necesitan de ayudas sociales para comer y subsistir, todas las demás conjeturas sobre peligros de exclusión, porcentajes de riesgo de pobreza, etc. no dejan de ser especulaciones, que toman un color u otro, según miremos al norte o al sur. Pobres eran los alambradores, estañadores, paragüeros... que dormían bajo el puente y desenterraban cerdos, sacrificados por el mal rojo, para matar el hambre; o Agustín y Faustina, que pedían limosna por el valle del Tirón y dormían en pajares. El que gana el salario mínimo es una persona que pasara estrecheces para llegar a fin de mes y pagar el alquiler o la hipoteca –ese es otro problema que nadie es capaz de arreglar–, pero no podemos llamarle pobre. Si es pobre o no, sólo él y el cielo lo saben.
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