La plazuela perdida

Los frentes

En aquella niñez sin derechos, de ganado por las calles y el azar como única custodia, los mayores hablaban a menudo de El Frente, que ... era la primera línea de la guerra cainita a la que habían sido enviados, sin consultarles el bando. También nombraban al Frente en el Parte, que era una voz muy seria que salía de la radio, a las dos y a las diez, tan puntualmente que servía para poner en hora a los relojes; y era como un oráculo que cerraba discusiones: «Lo han dicho en el Parte». El Frente era aquel lugar misterioso en el que se mataban unos a otros y en el que, por las noches, se gritaban: «¿Es el enemigo? Os cambiamos tabaco por chuscos. Vale, pero que venga el de mi pueblo, así hablamos. No puede ser, lo matasteis ayer, pero voy yo, que soy del pueblo de al lado». Sí, muchos murieron, como mi tío, que, antes de encontrarse con la bala, se encontró con Trabuco, el macho de mulas requisado a mi abuelo, que le reconoció, relinchó y le dio con los belfos, según contó en su carta póstuma. Sobre el Frente se han escrito muchas novelas y rodado demasiadas películas, casi siempre con la balanza inclinada hacia un lado. Apenas me viene al recuerdo la escrupulosa igualdad de trato que dio Arturo Pérez-Reverte a los dos bandos en su novela 'Línea de fuego'.

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Éste era el Frente del que hablaban los mayores y el Parte, pero había otro del que hablábamos los niños: el Frente de Juventudes, que era una moto en la que venían dos señores con bigote, a los que el maestro hablaba con nerviosismo, casi con miedo, y se notaba que mandaban mucho, no se sabía dónde, pero mandaban mucho. Los días anteriores a la llegada de la moto del Frente, el maestro nos llevaba al frontón, a hacer gimnasia, y nos hacía aprender frases raras, como «España es una unidad de destino en lo universal» o «Más vale morir con honra que vivir con vilipendio». De la moto colgaban, a los lados, dos balones de reglamento, que todos mirábamos con deseo y confiábamos en que alguno se quedase con nosotros. Por eso, cuando al Gordo Robles le preguntaron qué era España y tartamudeó, antes de decir: «Es algo del vilipendio» y, recibió dos sopapos del maestro, supimos que los balones de reglamento no se quedarían con nosotros –lo que no sabíamos es que no se habrían quedado de ninguna manera, pues formaban parte de la moto–. Nos quedaba la leche en polvo que mandaron los americanos con el plan y que sabía tan rara.

El Frente de Juventudes murió de aburrimiento –los niños de ahora tienen balones de sobra e, incluso, porterías y campos de fútbol–. El Frente de guerra, que nunca desaparece, voló a otros nidos y nadie lo quiere cerca. Además, ya no quedan machos de mulas que reconozcan a nadie. Los drones, que lanzan bombas y matan a la gente, sí son capaces de reconocer lugares y personas, pero no relinchan ni dan con los belfos, Como Trabuco.

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