No teman, no voy a contar el drama de Brecht, de igual título, que no llegué a interpretar en mi juventud, porque mi amigo Hilario ... se equivocó de frase y provocó un salto que me dejó sin papel, aunque estuve un rato en el escenario sin decir una frase. Hoy voy a comentar otra cosa, no sé si más entretenida, pero curiosa: Hace muchos años, aunque el término «muchos», referido al tiempo, es absolutamente relativo, hablaba con cierto amigo, experto en política y que conocía bien lo que se cocía en el interior de los partidos, sobre la posible sucesión de un presidente riojano que cumplía su mandato y se retiraba a sus cuarteles de invierno. Recuerdo que le insinué un nombre, que parecía el más indicado, ya que tenía experiencia en cargos públicos, buena formación universitaria, cultura, escribía, hablaba idiomas, etc. Me miró, a medio camino entre conmiseración y pena, sonrió y dijo: «¡Qué ingenuo eres! Por eso precisamente no va a salir. Es inteligente y eso se castiga mucho». Pensé que hablaba en broma, pues mi amigo era muy dado a chanzas y chistes, pero, a las pocas semanas, la política le dio la razón y el nombre que insinué no volvió a aparecer en la política riojana; así que sigo sin saber si hablaba en serio o no.
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Mi error de cálculo tenía su lógica, pues veníamos de unos tiempos en los que la formación intelectual tenía gran peso en las direcciones de los partidos. Recordemos, por ejemplo, a Fraga, de quien se decía que le cabía el Estado en la cabeza; al viejo profesor, Tierno Galván, que escribía unos bandos, como alcalde de Madrid, pura literatura; o a Joaquín Ruiz Giménez, Felipe González o cualquiera de los padres de la Constitución. No me imagino a ninguno de ellos pidiendo ayuda para escribir un libro o para engordar su currículum con una mala tesis doctoral. Sin embargo, pronto aceleraron los relojes, los partidos fueron perdiendo su inocencia y me temo que ya no eran los más preparados, quienes ascendían al vértice piramidal, sino los más hábiles, aquellos que mejor se movían en las entretelas y meandros de las formaciones; y la entrada en 'las juventudes' podía ser el comienzo de una buena carrera profesional.
Así creo que hemos llegado al actual panorama de la política nacional, en la que el Congreso de los Diputados no es precisamente un ejemplo de buen parlamentarismo, aunque naturalmente haya algunas excepciones, a las que no parece que den demasiada 'cancha'. Y, si miramos al banco azul, también me temo que los ministros más valorados son aquellos que menos hablan. Igualmente, los discursos, o son barriobajeros o son tediosos e insoportables. Por eso me resulta una agradable sorpresa el actual presidente riojano, de quien me gustan sus discursos, especialmente los improvisados en actos culturales; y le agradezco que sea una excepción: la excepción que confirma la regla.
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