Pie de Constantino 'el Grande'. HYA
Cuatro letras

Hijos de los hombres

J. Sainz

Logroño

Domingo, 27 de julio 2025, 08:24

Estimado señor torre de marfil: me dirijo a usted para reconocer públicamente a través de estas cuatro líneas que, efectivamente, tiene razón al afirmar –aunque ... sea en ese tono recriminatorio y despectivo que acostumbra– que «los hemos traído nosotros». A los inmigrantes, se entiende. De hecho, los hemos traído yo y otros muchos que como yo creemos firmemente que dar acogida es una obligación moral y que ningún ser humano es ilegal. Le parecerán razones de poco peso, consignas vacías para corear en la calle; tal vez, pero qué le vamos a hacer, así me lo enseñaron mis mayores y así trato de enseñarlo yo a mis hijos.

Publicidad

Por desgracia para mí, no he tenido la fortuna o el arrojo de viajar como usted y seguramente mi biblioteca es ridícula en comparación con la suya, aunque quizás sí podamos compartir lecturas, incluido nuestro admirado Patrick O'Brian, en cuyos libros también yo imaginé aventuras de mar y guerra. También a usted lo he leído –y lo sigo leyendo, cada vez con más disgusto– y, por la admiración que un día le tuve, me esfuerzo en entender el cinismo que le lleva a afirmar que «cada cual puede elegir cómodamente la parcela de horror con la que decorar su vida conmoviéndose». Pero, no, señor pintor de batallas, a algunos todavía nos late el corazón.

Y no, por mucho que me esfuerzo, señor alatriste, no logro entender cómo tantos viajes y tantos libros no le han hecho comprender que el mundo es solo uno, no tan grande como parece desde casa y desde luego menos libre de lo que querrían aquellos que se ven forzados a dejar sus países, ya sea por razones políticas o económicas, por simple supervivencia, como seguramente también haríamos usted y yo mismo de estar en sus zapatos. Usted y yo sabemos que vienen y seguirán viniendo, abramos las puertas o las cerremos a cal y canto, como pretenden Trump y sus secuaces, porque el desequilibrio es absolutamente insoportable, injusto e incontenible.

Ellos también somos nosotros, hijos por igual de los hombres y las mujeres

Vea usted, señor territorio comanche, a quién da argumentos para justificar el odio al extranjero y las cacerías racistas. No le creo tan ingenuo como para que algo así se le escape a alguien que presume de ilustrado antisistema. Deduzco, por el contrario y con verdadero asco, lo confieso, que sus enardecidas reprobaciones no son solo arrebatos de intelectual librepensador y polemista contra políticos de todo signo, todos ellos «imbéciles, ineptos y gentuza», como le gusta subrayar con su insultante uso de la libertad de expresión, sino arengas premeditadas que coinciden solo con unos muy concretos y de éxito rampante, la extrema derecha, y con su estrategia cultural de legitimación del fascismo; cultural es mucho decir, pero ya hemos hablado aquí de esa guerra desatada por los poderes de siempre para contraatacar al progresismo.

Publicidad

Supongo que es inútil pedirle que en lo sucesivo valore las opciones de la moderación o incluso el silencio, mucho menos rentables. Supongo también que podría usted destruirme con su afilada pluma de académico como un duelista de ventaja o, simplemente, ignorarme con la indiferencia desde la altura de su Olimpo. Sinceramente, señor maestro de esgrima, me importa un bledo. Solo pretendo que no quede sin respuesta su encendida llamada a la intolerancia en estas mimas páginas.

No es difícil imaginar un futuro inmediato catastrófico si antes no encontramos las soluciones a semejante desastre humanitario que se avecina: un tercer mundo cada vez más precario a causa de las guerras incesantes, la insaciable explotación capitalista de los pueblos y el cambio climático acaso ya irreversible; un Occidente saturado por la desbordante marea humana que reclama su espacio en la tierra y en llamas por el choque con la intransigencia creciente; un infierno, en definitiva, sin necesidad de que suenen las trompetas del apocalipsis. Esto es lo que ya ocurre en Gaza a no tantos kilómetros de las aguas donde usted navega plácidamente, señor carta esférica, y de la plaza a la que yo acudo un día sí y otro también a llorar de rabia e impotencia.

Publicidad

Lamentablemente, en algo sí coincido con usted: tampoco yo veo remedio. Pero lo que me indigna por encima de todo, señor Pérez-Reverte, es la superioridad con que habla de ellos y nosotros –«los hemos traído nosotros»–, que lo haga con tanta ignorancia y desprecio por el semejante y al hacerlo esté dibujando el trazo sobre el que otros acabarán levantando un muro con alambrada y policías armados hasta los dientes. Ellos también somos nosotros, todos por igual hijos de los hombres y las mujeres. Como a Najat El Hachmi, también a mí me «duele el odio»: «Es la tristeza de ser rechazados, no por lo que hacemos, sino por lo que somos, por nuestra piel, nuestras facciones, por haber nacido de nuestros padres». De nosotros.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

¡Oferta especial!

Publicidad