Editorial

Solidaridad responsable

Israel debe garantizar una salida pacífica para la flotilla, que no debe olvidar a su vez que lo relevante no es su peripecia sino el martirio gazatí

Jueves, 2 de octubre 2025, 22:44

La decisión de Israel de interceptar los barcos que conformaban la Global Sumud Flotilla y trasladar a sus más de 400 tripulantes al puerto de ... Ashdod para que sean deportados a Londres y Madrid ha consumado un pulso que ya se sabía muy desigual. El Gobierno de Benjamín Netanyahu había sentenciado que no iba a permitir que las embarcaciones se adentraran en la zona de exclusión marítima al interpretar como «una provocación» la operación destinada a introducir ayuda humanitaria en Gaza. Un socorro cuya materialización, dada la obcecada crueldad del Ejecutivo israelí en matar de hambre a los habitantes de la Franja, se antojaba poco menos que inviable, por lo que el objetivo de la flotilla pasaba por forzar una situación límite que otorgara un altavoz de impacto mundial –en ella viajan activistas de 40 nacionalidades, 65 españoles– al infinito padecimiento de los gazatíes. El asalto ha generado, en efecto, un eco global traducido en múltiples manifestaciones de apoyo, pero sin que esté claro si la flotilla ha logrado incentivar la atención crítica internacional sobre la devastación de Gaza o solo focalizarla en la propia peripecia de los navegantes. Pero en cualquier caso, lo que resulta imperativo es que el desenlace sea pacífico y que Israel no añada ningún exceso más a los que viene cometiendo. Nadie con conciencia puede negar el derecho de los gazatíes a poder alimentarse para seguir viviendo; y está fuera de lugar, aun cuando algunos vídeos difundidos por los tripulantes proyecten una incómoda imagen de frivolidad, el desprecio con que el extremismo proisraelí descalifica una flotilla cuya solidaridad es espejo del sentir de millones de ciudadanos. Pero si el fin nunca justifica 'per se' los medios, la bondad de una causa –la denuncia de la matanza en la Franja– no implica que quienes están comprometidos con ella pierdan el sentido de la responsabilidad ni la medida sobre el alcance de sus actos para los que de verdad sufren. Porque aun cuando un eventual abuso de la fuerza fuera responsabilidad de Israel, en nada habría ayudado a los palestinos que la interceptación de la flotilla hubiera desembocado en un conflicto diplomático; máxime cuando las expectativas de al menos una tregua penden del frágil hilo del plan de paz de Donald Trump. Y, junto a ello, la generalización del legítimo pie en pared contra las atrocidades en Gaza ha de cuidarse de alentar nuevas dianas contra los judíos. Porque el atentado contra la sinagoga de Mánchester que ayer se cobró tres vidas es un inquietante síntoma.

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