Suena como el título del nuevo disco de un grupo indie español, porque la palabra tiene fuerza y una cierta música interna. Permacrisis. El término ... se explica solo, se ve su significado en ese cuerpo de artrópodo hecho de dos partes bien diferenciadas y se comprende al instante que permacrisis remite a un «periodo prolongado de inestabilidad e inseguridad». Es un neologismo, no lo recoge la RAE y probablemente sea una palabra fea, pero es una palabra exacta.
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En permacrisis hay a la vez algo de diagnóstico y algo de condena. Yo la leo, la pronuncio y no puedo evitar atribuirle ese aire de insecto extraño con antenas y caparazón, un híbrido que nunca debió volar y sin embargo aletea hoy por todo el mundo. En el pasado las crisis comenzaban y acababan, pero ahora permanecen y dan forma al estado de ánimo de nuestro tiempo, la gotera sin solución del Siglo XXI. Los griegos inventaron una palabra para cada tipo de amor y nosotros hemos tenido que ir ideando términos para cada nueva turbulencia: de la dana a la estanflación, de la emergencia climática a la presión migratoria, el precariado o la urgencia habitacional.
En 'El mundo del ayer' Stefan Zweig intenta explica al lector el optimismo y la confianza en el futuro que animaba a los jóvenes de su generación. «Tal vez resulte difícil», reconoce. He recordado el pasaje porque hoy, a pesar de la permacrisis, los restaurantes se llenan, las terrazas se abarrotan, sigue el alborozo de los niños en los columpios y se agotan las entradas para los conciertos. Es el reverso de este periodo sombrío, el truco con el que espantamos el zumbido de ese insecto y silenciamos por un rato la vibración de lo irremediable.
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