España arde y nuestros gobernantes la miran desde sus despachos como generales sin ejército trazando líneas en un mapa. Pasa todos los años porque aquí ... el fuego es un género propio, y cada verano toca estrenar temporada como si fuera una serie de Netflix: primero el tráiler de las llamas en televisión, luego la pantomima de los políticos lanzándose acusaciones cruzadas y por último, cuando ya se apaga el fuego y se deshilacha el humo, aparecen en los títulos de crédito los vecinos con los brazos ennegrecidos y la mirada perdida.
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En los años 70 se popularizó el cine de catástrofes. La moda comenzó con la película 'Aeropuerto' a la que siguieron después cintas extraordinarias como 'Terremoto' o ' El Coloso en llamas'; tras este agosto parece que España esté atrapada en un canal temático de películas de desastres: del covid al volcán de La Palma, de la dana al apagón y ahora a los incendios más devastadores en décadas. Pero lo malo no son sólo las catástrofes, lo peor es lo que vemos cinco minutos después: que cada una de estas crisis se termina convirtiendo en un intercambio de excusas y de reproches donde lo más importante no es abordar el problema sino buscarle rédito político, hacer de la desgracia un argumento para la confrontación.
Hemos naturalizado este ciclo infernal y asistimos asqueados al espectáculo de un país cuyos dirigentes no resuelven sus problemas, simplemente los discuten. Contemplamos otra vez esta coreografía, oímos esta vieja sinfonía de incompetencia y de bajeza moral y yo pienso en lo que escribió Cioran, que cada uno se agarra como puede a su mala estrella. Porque este es el país que hemos creado entre todos, una máquina de humo en la que el Estado de las autonomías se ha convertido en el mecanismo perfecto para escurrir el bulto. La culpa es tuya porque pediste tarde, la culpa es tuya porque mandaste poco. Así una y otra vez, y mientras proponen otro gran pacto de estado la gente se sube al tractor, agarra cuatro ramas y unas palas y se pone a defender su pueblo de las llamas. En su ensayo 'La Emboscadura' Ernst Jünger escribió acerca de las ilusiones que tienen las sociedades que viven en paz, «una de ellas es creer que la inviolabilidad del hogar se basa en la Constitución. En realidad, se basa en el padre de familia que se encuentra en su puerta, rodeado de sus hijos, hacha en mano». Lo he recordado estos días porque al final, cuando el fuego asomaba por la calle, lo único que han visto aparecer muchos españoles es a un vecino con un cubo de agua. La escena sirve para alimentar ese populismo superficial de que sólo el pueblo salva al pueblo, una idea romántica y cuestionable que podría significar algo si no pagásemos impuestos. Pero España es hoy un país que acaba de batir su récord de recaudación, y mientras nuestros dirigentes deciden si el incendio es competencia autonómica o estatal, la esperanza la mantiene un vecino con la manguera del jardín.
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