Anecdotario

El carbón sobre la piedra

Pasó el martes y -como cada vez que ocurre- las redes se llenaron de fotos. Cientos de fotos de la Luna. Todas iguales. Todas distintas. Todas malas

Sábado, 11 de octubre 2025

Esta semana volvió a pasar. Fue el martes, cuando la noche se llenó de una luna llena rotunda, solemne, perfecta, casi teatral. Era tan brillante ... y tan enorme que sólo le faltaba que la cruzara Elliot volando con su bicicleta y con E.T. en la cestilla. Pasó el martes y -como cada vez que ocurre- las redes se llenaron de fotos. Cientos de fotos de la Luna. Todas iguales. Todas distintas. Todas malas. Yo alguna vez también he sido fotógrafo de la Luna con el móvil y he enviado la imagen por WhatsApp con estas palabras debajo: «Mira qué luna». Ahora ya no lo intento, porque lo que aparecía en la pantalla era siempre la misma mancha blancuzca rodeada de negrura, una bombilla flotante, una decepción de luna, una pena. Los nuevos teléfonos móviles, el iPhone 17 que acaba de salir o los próximos modelos de Samsung o de Xiaomi podrían diseñar una campaña de publicidad basada solamente en esa idea: «Aquí tiene usted por fin un smartphone que hace buenas fotos de la Luna». Yo le veo potencial.

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Además de esa luna impresionante, este inicio del otoño nos está dejando cielos muy fotogénicos en La Rioja. El juego de espejos entre las viñas y el firmamento nos ha dado amaneceres incendiados de nubes rojas por las que se filtraba el sol como haciendo un abanico, y después tardes naranjas, ocasos interminables en los que la luz jugaba con las nubes hasta que el fuego se fundía de golpe en un silencio imposible de horizonte carmesí. Ese espectáculo también ha sido muy fotografiado porque estamos empeñados en capturar lo inasible, en encerrar en el rectángulo de la pantalla lo que seguirá en el aire cuando nuestras ciudades sean ruinas. Hoy enfocamos al cielo del atardecer y apuntamos el móvil hacia la Luna igual que cuando Van Gogh miró a las estrellas para pintarlas reflejadas en el Ródano. Porque hay algo que nos emociona de una forma incomprensible, y por eso hacemos como James Stewart en 'Qué bello es vivir' cuando le dice a Mary que puede tirar un lazo y bajarle la Luna si ella se lo pide; sabemos que es imposible, pero es bonito intentarlo.

Puede que ahora tengamos teléfonos y tarjetas de memoria, pero nuestro impulso es el mismo que el de aquellas tribus de la antigüedad que alzaban los ojos a los enigmas del firmamento. Hoy sacamos fotos al cielo, guardamos las imágenes del atardecer y de la Luna en la galería del móvil y en ese gesto del dedo sobre la pantalla repetimos el viejo temblor del carbón sobre la piedra; seguimos siendo iguales a los hombres y mujeres de la cueva de Lascaux que vivieron hace 20.000 años, los que levantaron la mirada al abismo de la noche y pintaron las Pléyades y la constelación de Orión entre dibujos de ciervos y de bisontes.

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