Esta semana Logroño ha salido en la televisión nacional por los problemas que ocasiona a los vecinos del Casco Antiguo el ocio nocturno vandálico; han ... bastado unos minutos en Telecinco para regresar ahí, hemos movido tímidamente el telón y nos hemos asomado un poco por el gran escaparate de la actualidad española. Nos han visto en todo el país, aunque salir hoy en la tele nacional ya no sea el enorme acontecimiento que representaba antes, un prodigio que en La Rioja se daba una o dos veces al año. Ocurría cuando el Logroñés jugaba en Primera División, porque entonces cada temporada la unidad móvil de RTVE aterrizaba junto al viejo Las Gaunas para retransmitir alguno de esos partidos del sábado por la noche contra rivales vistosos como el Sevilla o el Valencia. Cuando venía la tele la ciudad sentía durante toda la semana un leve temblor nervioso, una emoción que atravesaba los días con un ánimo distinto al del resto de partidos porque Logroño se iba a ver en toda España. Cuando el árbitro pitaba y empezaba a rodar el balón lo que lográbamos mostrarle al mundo no era más que un rectángulo de césped salpicado de barro, un equipo aguerrido, algún plano de bufandas rojas y blancas y aquellas gradas apretadas en un campo pequeño y achacoso que desafiaba el ímpetu de un país lanzado hacia la modernidad; la aldea gala sin Astérix pero con Agustín Abadía.
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Ver a tu ciudad en la televisión nacional era como verla ascendida, y por eso nos buscábamos luego en los resúmenes de Estudio Estadio y El Día Después a ver si salíamos de pasada medio segundo borroso en la grada de General. Queríamos sentirnos parte de aquello porque aquello era importante, era meternos en las casas de 40 millones de españoles, aunque nos colásemos a través del helicóptero de La Vuelta cuando sobrevolaba nuestros paisajes o con aquel anuncio del Renault 21 que se rodó en el Ayuntamiento de Logroño. Después, cada 2 de enero, La Rioja volvía a plantarse en las pantallas de España para decirle al país que aquí también pasaban cosas, y que había un festival («el más madrugador del año») que merecía la pena.
Nada tiene ya la repercusión de entonces, ni siquiera el Gordo del año pasado en Logroño fue como el de Calahorra, que llenó los telediarios en todas las cadenas de España. Ahora hemos salido en los medios nacionales pero todo es fugaz, breves historias de impacto que se consumen y se olvidan igual que cuando hay una tormenta y le piden el vídeo de la granizada a José Calvo. El clásico relato de la actualidad nacional jerarquizado, común y compartido ha ido desapareciendo y estamos en otro tiempo; ahora cada uno interpreta el mundo desde la pantalla de su móvil. Hemos vivido ese cambio, pero me gusta recordar aquella felicidad ingenua que ponía nervioso a un barrio entero de cualquier ciudad de España en cuanto un trípode y una cámara se plantaban en la calle.
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