Ojo de buey

El plano secuencia

Ahora ya todo el mundo habla del 'plano secuencia'. No es ni mucho menos nuevo. Los primeros minutos del cine fueron planos fijos que registraban ... una acción: unos obreros saliendo de la fábrica, un tren llegando a una estación, un zagal pisándole la manguera a un jardinero, unas olas golpeando en la orilla o unos albañiles derribando un muro. Todo sucedía en un golpe de manivela. Sin corte. Aquella flamante cajita con aspecto de molinillo era capaz de capturar el latido de la vida y su movimiento continuo: la secuencia del tiempo. El corte, el montaje, vino después, cuando la máquina se hizo más compleja y generó una sintaxis propia. Cuando ideó una nueva forma de ordenar el relato, fraccionando lo rodado y organizando las piezas de mosaico de acuerdo a unos intereses narrativos y poéticos. El cine hizo de la vida mil pedazos, los barajó y volvió a ordenarlos. Cada película. Cada vez. El recurso de la filmación sin corte pasaría a utilizarse excepcionalmente, como un recurso de estilo. Como virtuosismo. Hitchcock o Welles, entre otros, realizaron algunos memorables. Y su efecto perdura. La ilusión de un ojo desanclado, que vuela, que flota, que baila, que atraviesa paredes. Que atraviese todo. En El Arca Rusa (2002, Alexander Sokurov), por ejemplo, atraviesas sin interrupción durante noventa minutos seguidos todo el Hermitage y a la vez toda la historia de Rusia. Ahora el plano secuencia está en boca de todos, por la serie Adolescencia, que va a plano secuencia por capítulo. Las cámaras son ya artefactos cada vez más ligeros y estables. Prácticamente aéreos. Y no cargan con bobinas ni se clavan en el suelo. Es más fácil así perseguir a su ritmo el curso de las cosas, su transformación, su música, su música. Una sinfonía es también un plano secuencia. De hecho, el cine busca imitar la continuidad musical, la invisibilidad de su álgebra. Hasta un gran montador como Walter Murch (Apocalipsis Now, El padrino II) afirma que Beethoven es uno de los padres del cine. El plano secuencia es casi la naturaleza de todo lo que graban nuestros móviles, que nos han convertido en camarógrafos andantes. Y es que la vida, claro, es en plano secuencia, es un plano secuencia. Ni siquiera cuando cerramos los ojos o dormimos cesa el movimiento de nuestros ojos. El parpadeo es nuestro único recurso de montaje. Es el equivalente mental de la puntuación ortográfica, dice Murch. Y lo que hace es sólo seccionar la secuencia de la vida en tramos continuos, que a veces parecen microsueños. Soy una cámara, tituló Chistopher Isherwood su novela (de la que saldría Cabaret, por cierto). Sí, eso: somos una cámara, subjetiva, con la batería conectada a las neuronas. Berlanga es otro de los directores maestros en el plano secuencia. Él se quedó en el cine porque fue un niño fascinando por el movimiento sin fin de los objetos y las figuras en el cine cómico, el Keaton, Chaplin, Lloyd, etc... El cine 'de barraca', como él le llamaba. Lo prefería a cualquier otro tipo de cine, sobre todo al discursivo. Muchos de las mejores secuencias de Berlanga son planos secuencia, hasta agotar la carga de película del chasis. Él explicaba su opción por el uso del plano secuencia de varias formas distintas. Iba variando las razones, dependiendo de quién le preguntara, algunas las exponía sólo para contentar a los críticos; pero entre todas había una que a mí parece la esencial, la íntima, y que es la que une la práctica del famoso plano sin corte al hilo de la vida. Berlanga no se quería perder nada. Y lo guardaba todo. En 2003 se propuso reordenar en su gabinete de Somosaguas los miles de objetos y documentos que conservaba desde muy niño para reconstruir «la peripecia que fue mi vida». Su plano-secuencia. Pues Berlanga desconfiaba de la técnica del plano-contraplano, de los cortes, de que ahora vemos a hablar a uno y a continuación, 'por corte', vemos cómo le responde o le escucha el otro. Él decía que entre el plano y su contraplano nos robaban algo. Que había ahí un intersticio sospechoso. La vida también se piensa en plano secuencia.

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