El novillero Miguel Losana abrió plaza con un novillo de Pincha que tuvo mejor condición por el pitón izquierdo. Por ahí brotaron los mejores pasajes, ... al natural. Aprovechó esa condición de nobleza, repetición y que se desplazaba largo para dar forma a la faena. Por el derecho se lo puso más complicado el animal. Sufrió una voltereta sin consecuencias aparentes y volvió a la cara del toro. Se quedaba cortito en el viaje y desarrolló una orientación molesta por ese pitón. Los aceros se le atravesaron y saludó una ovación.
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El segundo novillo tuvo su miga, tenía ese puntito de encastado, que transmitía, pero a la vez era incierto por ambos pitones, y eso le complicó una barbaridad la vida a Arturo Cartagena, que le costó cogerle el aire. Faena de mucho arrojo, que fue explosiva en el inicio de rodillas. El novillo pedía distancia pero el joven iba por las cercanías y no terminó de fluir y fue silenciado.
Al tercero, Losana lo recibió con una larga cambiada de rodillas. Bonito fue el recibo, de apostar fuerte y querer ganar la pelea. Después con la muleta trató de ordenarle, de citarlo para luego llevarlo, pero al novillo le faltó celo y fue deslucido. Se alargó el joven novillero en el intento con el eral ya parado.
Cerró la tarde un novillo que fue premiado con la vuelta al ruedo. Dominó en los primeros tercios y le complicó la labor a los banderilleros, a los que esperó y apretó después. Muy exigente luego en la muleta de Cartagena. La casta y el querer coger los vuelos desplazándose largo se lo puso difícil al novillero, porque la falta de oficio les hace, no solo a él, sino a la mayoría, desbordarse. Cerró por unas buenas manoletinas y tras enterrar el acero paseó una oreja. Y vuelta al novillo en el cierre de feria.
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