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La búsqueda incansable de la perfección. Es la frase con la que Marqués de Murrieta da la bienvenida al internauta. Pero no es una frase, es una máxima, es la premisa que articula el mundo Murrieta. En 2027, a la vuelta de la esquina, cumplirá 175 años. Tres siglos intensos, con sus buenos y malos momentos. La actual Marqués de Murrieta es la de la familia Cebrián-Sagarriga, la que nace en 1983 con su llegada y la que apunta otras muchas fechas, aunque ninguna a la altura de la anterior y la de 1996.
Años claves para entender lo que es esta bodega donde germinó Rioja. Excelencia, constancia, perfeccionismo inhumano, responsabilidad, respeto, riesgo, tiempo, largo plazo... Son algunas de las expresiones que salen de las palabras de Vicente Cebrián-Sagarriga, presidente de la bodega y familia propietaria, y de María Vargas, mucho más que la responsable del área técnica. Marqués de Murrieta en 2025 sería imposible entenderlo sin ambos y sin Cristina Cebrián-Sagarriga.
La mente viaja a 1988. Primera visita a Murrieta, una bodega de larga historia, que replicaba el concepto 'château' del mundo francés, galicismo que incluso había incluido en sus etiquetas, pero también una bodega obsoleta. Ahora, Murrieta es una bodega única, en el más amplio sentido de la palabra. No es fácil encontrar un entorno como este en el mundo vinícola. La nueva Murrieta –me doy cuenta al girar el coche sobre el ¿helipuerto?– ha engullido a la vetusta Murrieta, pero con respeto a su legado, siempre con respeto. «Aquí siguen los muros del Castillo», advierte con orgullo Vicente Cebrián-Sagarriga con la vieja bodega al frente y la nueva a la espalda. Se trajo un cantero de Galicia, José Álvarez, y ha acabado jubilándose aquí. Ambas forman parte de la misma historia. El tiempo no es un verdugo, sino una herramienta.
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La historia de Murrieta es conocida. La de Vicente Cebrián-Sagarriga, también. «En 1986 pasamos de vivir en un Madrid cosmopolita a vivir rodeados de viñedos. Ahí nos iniciamos los cuatro hijos en el mundo del vino, de la agricultura, y sobre todo en el del sentimiento absoluto de sentir que una familia está al frente a un proyecto empresarial», recuerda. «En el año noventa hay un protagonista absoluto, que es mi padre, Vicente Cebrián-Sagarriga. Sin haber nacido en el ámbito del mundo del vino, sin haber nacido en Rioja, en 1983 consigue alzarse con un grandísimo premio, que es la propiedad de una bodega icónica, eje absoluto de la cultura del vino de este país y eje de la historia de una de las denominaciones más importantes del mundo, que es Rioja», explica Cebrián-Sagarriga.
Un día Vicente padre abrió la puerta de su casa y dijo que había comprado Marqués de Murrieta. «Llegar aquí no fue fácil porque un extraño se hacía cargo de parte del patrimonio riojano. Mi padre era un absoluto apasionado del mundo del vino, de hacer las cosas bien, pero no puedo negar que procedía del ámbito de la especulación. Entonces, y posiblemente, mucha gente pensó que su llegada aquí iba a acabar otra vez en la especulación de preparar este maravilloso Murrieta, ponerle un lazo y luego venderlo. No sé si era así o no, lo que sí sé es que mi padre se enamoró de este proyecto y se dedicó en cuerpo y alma a iniciar un proceso de profunda transformación de la primera marca de la Rioja, del primer proyecto de la Rioja», puntualiza.
Vicente, hijo, comienza la universidad en Pamplona y la mayoría de edad le trae un regalo inesperado. Un nuevo punto de inflexión en estos casi cuarenta años. «Con 17 años ya me vinculaba con clientes y no clientes y con 18 años, cuando ya estaba estudiando, mi padre me dice: 'Oye, Vicente, tengo que decirte una cosa. He prescindido del director de exportación'. Y yo, estúpido de mí, le pregunté que a quién iba a poner. Y me respondió que ya tenía el sustituto. Pensé, qué rápido. Era yo. Lo tenía preparando. Yo venía de un colegio inglés y entiendo que solo por esa razón, por ser bilingüe, el tenía claro que yo debía asumir el reto de la internacionalización de esta bodega, que ya estaba presente en más de treinta», describe.
Años complicados porque Murrieta inicia su proceso de transformación. «Empecé en el mundo de la exportación con una botella debajo del brazo intentando transmitir todo lo que estaba haciendo mi padre. Viajaba a todos los países en los que ya estábamos y a los que no estábamos. Hoy, Murrieta ha superado los cien países en los que está presente (106) y más del sesenta por ciento de nuestra facturación está situada en ese ámbito», relata.
Vicente y Cristina van adquiriendo protagonismo en el día a día. Por el laboratorio aparece una joven jarrera que responde al nombre de María Vargas con la ilusión de quien llega de prácticas. Todo fluye, pero el 23 de junio de 1996 la tristeza y el duelo invaden a la familia Cebrián-Sagarriga. Fallece Vicente Cebrián-Sagarriga. «Jamás piensas en perder a un padre jovencísimo, con 47 años recién cumplidos. El shock es tremendo porque pierdes el punto de referencia y asumes que estás solo, aunque jamás estuve solo porque siempre estuvo ahí mi hermana Cristina (nacieron el mismo año). Del día a la noche debía asumir que tenía que seguir tirando del carro, que tenía que acompañar a muchísimas personas que trabajaban para mi padre, que tenía que fijar hacia dónde íbamos, que había que definir muchísimas cosas y no fue fácil, fue muy complicado, sobre todo por la edad, 25, 26 años. Y, además, tienes el peso de una grandísima casa. Te miran un montón de personas y te dices: ¿hacia dónde voy? Y tienes que decir con seguridad que vamos por ahí, porque tengo claro que hay que ir por ahí. Todo esto no es fácil. Mi padre muere un sábado, y el lunes estábamos mi hermana y yo asumiendo labores de líderes. Una persona absolutamente rota por dentro e intranquila que mandaba mensajes de seguridad, de tranquilidad y de continuidad», rescata de su mente.
El lunes, al día siguiente, ya tiene ofertas para vender Marqués de Murrieta. Quizá, lo más fácil hubiera sido coger el dinero y regersar al Madrid cosmopolita. María Vargas da una importancia básica a la toma de decisiones y a su permanencia en el tiempo. Es uno de los pilares para entender y trabajar en el mundo del vino. Y en ese frío junio, la familia decide que no venderá. «No es una decisión, sino una doble decisión, pero la primera es la de continuar con un proyecto en el que mi padre se había dejado la piel y demostrarle que esa educación que nos había dado había valido para algo. Ytambién demostrárnoslo a nosotros mismos, a esta familia, a mi padre y a mi madre, que siempre estaba ahí», relata Cebrián-Sagarriga.
En 1996 María Vargas se suma al proyecto. Un nuevo equipo, joven y de edades similares encabezado por Vicente, Cristina y María. «Cuando llegué, pasé los años más felices. Murrieta era como una casita de muñecas en la que realizar tus sueños. Viñedo, bodega, vinos, evolución... e ilusión, muchísima ilusión. A partir del año 2000 todo se transforma en una montaña que subes poco a poco, pero en la que nunca llegas a la cima», describe María.
Han pasado casi treinta años y en este viaje faltan dedos en la mano para contar éxitos. Por ejemplo, su reconocimiento como mejor enóloga del mundo en 2021 en los Wine&Spirits Awards, aunque Tim Atkin se adelantó en el 2017. «Siempre me pregunté qué diferencia había entre trabajar en una bodega histórica y una nueva. En la primera hay una historia que respetar, que interpretar y que mejorar», hilvana su reflexión, con un marcado tono pasional. «Murrieta te da la posibilidad de probar vinos de hace dos siglos y ver su evolución. Apostamos por la excelencia y por la calidad, pero también por la vanguardia. Tenemos años, pero la modernidad es importante. Unimos clasicismo y tecnología y apostamos por el vino o por cómo será el vino en el futuro, pero siempre teniendo presente el pasado», añade.
El vino: Uvas que proceden del pago La Plana, plantado en 1950. 85% tempranillo y 15% mazuelo. 14% vol.
Despalillado y estrujado suave: El encubado duró 11 días, con continuos remontados y bazuqueos. Criado 24 meses en barricas de roble americano y francés de 225 litros
Precio: 1.200 euros.
Vinos de larga crianza con dos nombres propios: el mismo Marqués de Murrieta y Castillo e Igay. No solo hay una actualización de esos vinos, sino que surgen otros. Bajo esa batuta compartida aparece Dalmau, cobra una enorme fuerza Capellanía. De nuevo tinto y blanco, porque Marqués de Murrieta era y es tierra de tintos y blancos. La primera añada de Dalmau que recoge la propia casa es la de 2004. No es un vino, sino que va más allá. «Yo me llamo Vicente Dalmau. Dalmau representa un rinconcito limitado cualitativamente que nace en un momento de la historia de esta casa liderada por la juventud y en el que se apuesta por un vino de larga longevidad. Nace de una viña pequeña que conjuga ingredientes como roble francés, menos crianza y uvas como la cabernet, que antes se escondían bajo otras más icónicas», explica Vicente Dalmau Cebrián-Sagarriga. Hasta aquí, el vino. A partir de aquí, el significado. Al menos, uno de ellos. «Es vino que me ayuda a mandar un mensaje de vida cuando mi padre desaparece. Es vino con alma especial. Estamos hablando de una producción que gira entre las 10.000 y las 15.000 botellas», relata.
Pero como recuerda el propietario, Murrieta es bodega de blancos desde su fundación. Capellanía es una novedad, un blanco viura. «Decidimos que ese vino solamente tendría la producción que da ese viñedo. En una casa marcada por el roble americano, cambiamos a roble francés sin perder un poco la esencia de lo que eran los vinos blancos. Si hay un desconocido en Marqués de Murrieta son sus vinos blancos. Y poco a poco lo hemos ido definiendo y hemos ido consiguiendo que sea uno de los vinos blancos más representativos», añade Vargas.
Ahora bien, Castillo de Igay siempre está ahí.En 2016 Luis Gutiérrez le da 100 puntos Parker a Castillo de Igay 1986. Un vino de treinta años, y blanco. Ruptura absoluta en el mundo de Rioja. Y Castillo de Ygay 2010 es elegido mejor vino del mundo; y Castillo de Ygay 2012, mejor Rioja para Decanter; y Marqués de Murrieta, la firma, la mejor bodega del mundo 2023 para 'Besf Of'.
En el fondo, Marqués de Murrieta es el resultado de una continúa toma de decisiones y, sobre todo, del compromiso adquirido con todas y cada una de ellas. La decisión que tomó Vicente Cebrián-Sagarriga de comprar y de de iniciar su transformación; de Vicente, hijo, y su hermana Cristina de continuar con el proyecto y rechazar la venta; de la llegada, y sobre todo de quedarse, de María Vargas; de trazar un plan que convirtiera un sueño en una realidad sin ponerse un plazo temporal; de no caer en la seducción de los puntos Parker y sus vinos rápidos y para hacer caja; de actualizar los vinos;de abrir nuevos mercados;de sumar a la tradición de Murrieta e Igay la pujanza de Dalmau, Capellanía y Primer Rosa.
«No hay nada en el mundo que merezca la pena que se haya creado con prisas», aseverá Vicente Cebrián-Sagarriga. Yen Marqués de Murrieta no hay prisas. El tiempo es un aliado. Las obras y los proyectos continúan. El legado.
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Javier Campos | Logroño
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