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Robert Parker es Dios en la primera década del siglo y Michel Rolland, Jesucristo. El paladar de uno y la mano del otro son capaces de encumbrar un vino desconocido. Sus 100 puntos Parker, la tabla de los Diez Mandamientos resumidos en uno: palabra de Parker. El mundo mira hacia Burdeos donde un vino pasa de valer un puñado de euros a miles de euros por decisión de Parker.Todos a quienes esos 100 puntos añaden un valor por el que se han llegado a pagar hasta 5 millones de euros. Es la parkerización de los vinos, la época en la que se hacen vinos para que Parker les dé 100 puntos.
Rioja está en un momento intenso. Cambia de siglo tras una década soberbia en volumen, en la que ha aumentado su superficie vegetal en un 21%, el número de bodegas en un 42% y las ventas en un 54%. Han aparecido una serie de bodegueros que interpretan de manera muy diferente el vino y miran hacia el viñedo.
Cantidad, pero la búsqueda es la calidad. Rioja necesita que alguien prenda la mecha y que le haga competir a nivel internacional. Y ese alguien tiene nombre: Robert Parker, el primer gran prescriptor a nivel mundial. No solo vende, sino que vende a altos precios. El sueño de cualquier bodeguero: pocas botellas y a precios elevados.
Por aquellos años, en San Vicente de la Sonsierra emerge la figura de Benjamín Romeo, joven enólogo que trabaja en Artadi, pero que sueña con un proyecto propio en su pueblo y que ocho años después ve como el mismísimo Robert Parker otorga 100 puntos a su Contador 2004 y repite con el 2005. Un vino hecho en el garaje de la casa de sus padres. Cuando se conoció la pintoresca historia, todos querían un garaje como aquel. «En 1996 comencé con mis microvinificaciones. Años emocionantes y bonitos. Me lo pasaba muy bien y sigo pasándomelo bien», recuerda.
Contador era un vino con volumen, poderoso en boca, un vino moderno. A apenas 10 kilómetros de distancia, otra bodega de reciente nacimiento, Remírez de Ganuza, veía premiado su Gran Reserva del 2004 con los codiciados 100 puntos Parker. «Fernando (Remírez de Ganuza) era un adelantado a sus tiempos. En 1991 hizo su primera elaboración. Queríamos hacer el mejor vino posible y para ello queríamos contar con la mejor uva posible», recuerda Jesús Mendoza, enólogo de la firma, a la que se sumó en el 2001 y que con el tiempo acabo convirtiéndose en yerno de Fernando.
Variedades: 90% tempranillo, 10% graciano.
Elaboración: Uvas de viñedos de más de 60 años ubicados en las faldas de la Sierra de Cantabria. Vendimia en cajas de 12 kgrs. Temperatura controlada de los racimos previa a la fermentación en cámaras frigoríficas. Selección de uva en mesa y separación de hombros y puntas de cada racimo de tempranillo. Crianza en barrica durante 39 meses.
Precio 1.250 euros
Variedades: Tempranillo procedente de cuatro fincas en vaso de San Vicente de la Sonsierra con una producción de 0,5 kgrs. por cepa. Suelo calcáreo-pedregoso mineral. 14% vol.
Elaboración Despalillado sin estrujado, con fermentación en tinas de madera de roble durante 12 días. Criado durante 19 meses en barricas de roble francés nuevas. Vino sin estabilizar por frío, sin clarificar y sin filtrar.
Precio: 2.215 euros.
La clave está en el viñedo. La idea de partida es común. «Cuando iba a la báscula con dos palés de cajas de uva y con la 'pickup' la gente me preguntaba qué estaba haciendo. Se reían de mí, era un pringado», relata Benjamín, que admite que su origen no está en San Vicente. «Mi concepto nace porque me voy a Burdeos. A día de hoy hemos llegado a un nivel de calidad muy potente», añade.
El origen de Remírez de Ganuza tampoco está en Samaniego. «Fernando llega en 1989 a Samaniego. En aquellos años, pocos daban importancia a cuestiones relacionadas con el campo, con la orientación del viñedo o con su edad, pero sobre todo no tenía miedo a equivocarse. Buscaba vinos puros y precisos que reflejasen el paisaje. Quería recuperar el vino de la comarca», detalla Mendoza, que como Benjamín ha vuelto al origen, del que no se fue, y experimenta en San Vicente.
Dos bodegas de una sola generación con 100 puntos Parker. Todo lo contrario a la tradición del vino, que demanda varias generaciones para triunfar. Aquella cosecha del 2004 también dio 100 puntos a López de Heredia, a su Gran Reserva Tondonia, tanto blanco como tinto. «Cuando te dan 100 puntos vives una experiencia importante. Ahora bien, esos 100 puntos no me hacen pensar que soy el mejor. Al final es la opinión de una persona, pero que te valoren así no amarga a nadie», explica Romeo.
100 puntos que esconden un gran trabajo, el gusto de alguien que no sabía que existías y alguna que otra casualidad que hacen que los astros se alineen, aunque no fuera la añada premiada. «Cuando yo estoy en la viña no pienso en Parker. En 2001 mandé 95 botellas de la añada de 1999 a Estados Unidos a Jorge Ordóñez. Era una cantidad tan pequeña que pensaba que no iba a ocurrir nada, pero Ordóñez me llamó y me dice que Parker quería catar conmigo en Estados Unidos. Le dije que tenía que tratar las viñas con sulfato de cobre (esta conversación se produce dos días antes de que viaje a Dubai y ha decidido adelantar el regreso un día, del viernes al jueves porque tiene previsto plantar una viña). No fui», revela.
En el caso de Remírez de Ganuza, Jay Miller, catador de Parker, no tenía en su agenda el vino que se llevó los 100 puntos. «Aquel Gran Reserva del 2004 no estaba entre los vinos que iban a catar. Antes de irse, Miller nos pide dar una vuelta por la bodega y se fija en el botellero del 2004. Nos pide catarlo y antes de irse nos dice: «Cuando salga al mercado, quiero una caja de este vino». ¿Cómo me entero de los 100 puntos? Estaba de compras con mi mujer y nos llaman para decirnos que ha salido el reportaje y que nos han dado 100 puntos. Nos fuimos a casa, entramos en internet, y vimos que era verdad», rescata Mendoza.
Ambos, Romeo y Mendoza, que han crecido en las calles de San Vicente, aseguran que los 100 puntos no les han cambiado su forma de entender el vino. «Nunca he pensado en lo que han supuesto esos 100 puntos. Cuando pienso en un vino soy egoísta. Si no estoy convencido, no lo voy a defender. Debo creer en él a muerte. Mi estilo es el de dar el máximo que me ofrece la tierra y no forzar las uvas», señala Benjamín Romeo.
«Nunca me he preguntado qué hubiera pasado si no nos hubieran dado esos 100 puntos. Creo que no hubiéramos sido ni mejores ni peores que ahora, ni que tuviéramos ni más ni menos presión, porque aquí la exigencia es absoluta en el día a día. Nos ha venido bien porque ha situado a la bodega a nivel mundial… pero la verdad es que no sé qué hubiera pasado», concluye Mendoza.
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Javier Campos | Logroño
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