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Errores, tópicos, falsas creencias... la historia está salpicada de ellos. Y en el caso de las dos construcciones que flanquean el Puente de Piedra camino a Logroño, todo apunta a uno más. Primero, recuerdos de infancia y adolescencia; después, sospechas tras el relato oral; y por último, la práctica confirmación atendiendo a los archivos. Popular y hasta oficialmente, tan características edificaciones, también de sillería, se han venido considerando fielatos o casetas de arbitrios. Así, de hecho, aparece reflejado en el expediente que actualmente se tramita para las obras de rehabilitación previstas en la 'oeste', justo enfrente de la acondicionada en 2009 como 'punto de información al peregrino'. Sin embargo, la realidad parece ser otra...
Miguel Ángel Resa, logroñés de 72 años, ya levantó la voz hace algún tiempo; no en vano, había vivido en una de aquellas «casetas». Nieto e hijo de peones camineros –el antiguo oficio de los operarios encargados de cuidar caminos o carreteras del Estado–, a Resa siempre le chirrió que a la que fue su casa –llegó a haber hasta cuatro (dos por edificio)–, se le llamase fielato, los tradicionales espacios de cobro de los arbitrios y tasas municipales sobre el tráfico de mercancías, aunque su nombre oficial era el de estación sanitaria, ya que aparte de su función recaudatoria servían para ejercer un cierto control sobre los alimentos que entraban a la ciudad.
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«Mi hermana nació allí, cuando nos marchamos en los años 70 yo tenía 18, y hasta donde sé nunca ha sido fielato, siempre fueron viviendas de camineros; y por si esto fuera poco, en aquellos tiempos el fielato como tal estaba justo al lado, otra caseta que recuerdo perfectamente pues de niño veía como pinchaban los fardos de paja de los vehículos por si pasaban algo de contrabando», explica Resa, quien rememora aquellos maravillosos años.
Miguel Ángel, desde que escuchó lo de fielato por primera vez, «creo que fue al concejal Ángel Varea», empezó a recopilar todo aquello que fue encontrando donde constase la denominación de «caseta», o «casilla», de «camineros»... o «peones camineros». La esquela de su abuelo en LA RIOJA el 15 de diciembre de 1953, Félix Resa, también caminero, o la partida de nacimiento de un nacido en 1925, lo que deja claro que fueron varias las generaciones que las habitaron.
Hasta que se decidió a sacar de su 'error' al propio Ayuntamiento y personarse para dar cuenta de su historia tras las últimas noticias aparecidas a raíz del proyecto de rehabilitación ecoeficiente de una de estas construcciones, precisamente en la que vivió él, en pleno Camino de Santiago. Y ha sido la responsable del Archivo Municipal la que ha dado con el documento que parece definitivo. Un plano que Isabel Murillo García-Atance, directora general de Transparencia, Estrategia y Control de Políticas Públicas, tenía en la cabeza y que, una vez localizado, da cuenta del origen de ambas edificaciones.
Se trata del «proyecto de las obras de defensa con que se han de suplir los tres torreones existentes en el Puente de Logroño situado sobre el Ebro en la carretera general de Madrid a Francia, y cuya demolición es necesaria para llevar a efecto la reparación y ensanche del año 1855», procedente del Archivo General Militar de Segovia, donde aparecen por vez primera las casetas denominadas de «pontazgo» (tributo que se pagaba por cruzar un puente) y «resguardo» («carabineros», en referencia al cuerpo armado cuya misión era la vigilancia de fronteras creado en 1829 y, tras la Guerra Civil, ya en 1940, integrado en la Guardia Civil).
Casetas que se construyeron para tales usos (sin poder precisar si finalmente se les dieron pues coincide con los años de peor estado del puente), los mismos que reflejaron posteriormente Ricardo Bellsolá en 1877 y Fermín Manso de Zúñiga en 1882, autores de la reconstrucción del puente tal y como lo conocemos en la actualidad. De hecho, la infraestructura fue 'reabierta' en el San Bernabé de 1884, y los documentos oficiales (concretamente el padrón) registran que ese mismo año estaban allí empadronadas las familias de Julián Guelgo Aragón, Ciriaco Rodríguez Anguiano, Santos Heras Vicioso (peones camineros) y Vicente Ballesteros Enríquez (capataz de camineros), 23 personas en total alojadas en ambas.
La figura, creada a mediados del XVIII, tenía a su cargo una legua (unos 5 km) de vía que mantener y en la que poder sancionar. Para no perder tiempo y recursos en desplazamientos, se determinó que residieran en su demarcación, siendo el Real Decreto de 25 de junio de 1852 el que pergeñó el diseño de las viviendas.
«En Logroño, la nacional 111 Madrid-Francia atraviesa el río Ebro por el Puente de Piedra y ya en 1857 en una caseta aparece empadronado un peón caminero», explica Murillo, otra cosa sería suponer que ya era una de las dos casetas en cuestión. «Cuando en 1877 y 1882 los ingenieros Bellsolá y Manso de Zúñiga proyectaron el nuevo puente que sustituyera al muy deteriorado puente medieval (con la gran riada de 1871 que lo inutilizó y la posterior tragedia de la 'barcaza' –puente volante– de 1880 que costó la vida a 90 soldados y que desembocó en el Puente de Hierro en 1882, amén de guerras carlistas), se incluía el recrecimiento de las dos casetas existentes», apostilla, por lo que una hipótesis es, precisamente, que en las mismas «siempre han vivido peones camineros; seguramente se hizo de la necesidad virtud, y estando estas construcciones diseñadas de forma muy similar a las directrices marcadas y ubicadas al pie de la carretera nacional, pronto fueron reaprovechadas como casillas de camineros». Así puede verse en no pocos planos y mapas desde entonces.
Durante años sí que en el extremo sur del puente hubo «casilla auxiliar de arbitrios», y en 1918 estaba ya construido un 'semifielato' entre la casilla oeste y las casas de la calle del Ebro de las Franco Españolas, «una construcción más pequeña y de peor calidad en la que los vigilantes cobraban los derechos de consumos», justo el que recuerda Miguel Ángel en sus idas y venidas en torno al 'barrio' siendo un niño.
Ese niño, de familia de trabajadores de la Administración General del Estado, que abandonó junto a los suyos la vivienda de camineros una vez extinguida la profesión, con su padre como conductor del Ministerio de Obras Públicas. Aunque esa, ya, es otra parte de la historia.
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María Díaz y Álex Sánchez
Almudena Santos y Leticia Aróstegui
Roberto G. Lastra | Logroño
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