Ser sanchista a tiempo parcial está chupado. Todos los españoles, hasta los de Vox, hemos sido sanchistas alguna vez. Si uno, por ejemplo, defiende que ... lo que sucedió en Cataluña en 2017 fue un golpe de estado y que había que castigar con dureza a Puigdemont y sus secuaces, clarísimos culpables de un delito de rebelión, coincidirá con el Sánchez del 155, tal vez lo recuerden ustedes, el que se presentó a las elecciones con una monumental bandera española detrás. Si a uno le parece que los dirigentes de Bildu todavía tienen manchas de sangre reseca en la solapa y aún deben realizar, para ser considerados demócratas, un profundo acto de contrición, encajará con el Sánchez que, en aquella recordada ocasión, aseguró en Navarra TV que jamás de los jamases («si quiere se lo repito veinte veces») iba a pactar con los bulliciosos amigos de Otegi. Si uno cree que los de Podemos no son de fiar por torpes y populistas, estará repitiendo palabra por palabra los discursos de ese Sánchez que nunca más iba a dormir tranquilo con Pablo Iglesias en el Gobierno. Finalmente, si uno, heredero quizá del espíritu del 15-M, sostiene que el Estado debe ser firme contra la corrupción y condenar sin ambages el uso fraudulento del dinero público, aplaudirá con fervor al Sánchez ejemplarizante y sólido de la moción de censura.
Publicidad
Todo lo anterior es cierto, pero también lo contrario. Si uno piensa que lo de Cataluña solo fue una ensoñación inofensiva y que sus líderes merecen irse de rositas en pro de la pacificación o que Bildu puede ser considerado un socio preferente al que realizar frecuentes guiños, hay otro Sánchez a su disposición: el Sánchez de ahora, que vaya usted a saber si es el Sánchez del futuro. Incluso si uno sostiene, que ya es sostener, que lo de la corrupción no es un delito tan grave y que, salvo que alguien haya desviado dinero público para comprarse un Lamborghini, pues pelillos a la mar, le acaba de nacer un inesperado Sánchez al que abrazar.
Cada español, piense como piense, tiene o ha tenido alguna vez un Sánchez en su interior, lo que no puede ser sino un aliciente electoral: votar a Sánchez es como abrir un sobre sorpresa, con la seguridad de que nunca te va a defraudar porque incluye todas las opiniones del mundo y todas las políticas posibles. A veces sale una y a veces otra, como aquellos premios aleatorios que aparecían en las tapas de los yogures. Sus líneas rojas son, como mucho, borrosas rayas rositas que uno puede franquear sin más explicaciones que un gracioso mohín.
Lo insólito, lo relevante, lo admirable incluso, es que alguien se convierta en sanchista a tiempo completo. Feijóo acusó a la presidenta de La Rioja, Concha Andreu, de ser la baronesa más sanchista y ella, con mucha razón, se lo tomó como un piropo. Doña Concha lo volvió a repetir esta semana, con motivo de un desayuno informativo organizado por Europa Press en Madrid, allá donde se cuecen todas las noticias. Explicó que nunca a La Rioja le había ido mejor que con Sánchez, así que debemos agradecer a la presidenta que esté afrontando el agotador trabajo de ser sanchista 24/7 por nuestro bien.
Publicidad
Es la suya una tarea hercúlea y extenuante, casi imposible, porque seguir a don Pedro exige atención continua, extrema flexibilidad y un estrés considerable. Que se lo digan a Lambán o a Page, que al parecer se quedaron encallados en un meandro anterior, cuando los independentistas catalanes eran gente perversa o cuando robar estaba mal en todos los casos. Doña Concha, sin embargo, asume los giros del pensamiento sanchista con envidiable soltura y una notable capacidad de adaptación, aunque no tiene que resultarle fácil abrir un día el correo electrónico y comprobar que los vientos han cambiado de repente y que la veleta, que antes apuntaba decididamente hacia el norte, ahora señala el sur.
¡Oferta especial!
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión