Funcionarios municipales protestan en un pleno. JUAN MARÍN
El Repaso

Lo de los funcionarios

De cómo resulta que «la casta» no es lo que nos han estado contando

Pablo Álvarez

Logroño

Domingo, 7 de mayo 2023, 02:00

Si los colegios españoles de este 2023 tuvieran lo que hay que tener se dejarían de enseñar a nuestros niños tontadas. Eso del ciclo del ... agua, las ecuaciones de segundo grado y el verbo 'to be'. Un desperdicio de tiempo, inútil para lo que de verdad necesita uno si quiere triunfar en la vida. Que es, básicamente, la memoria: la capacidad de aprenderse un tocho de temas con el único propósito de vomitarlos delante de un tribunal y olvidarlos después. Porque eso es lo que hace falta en esta España para acceder a la verdadera felicidad, a la casta sobre todas las castas, al único colectivo, además del de los billonarios, capaz de hacer siempre lo que le sale del mondongo: el de los funcionarios.

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Ya, ya sé que exagero. Igual es que me pillan con el cabreo subido, previendo que en un par de semanas sus señorías jueces y magistrados puedan ponerse en huelga en busca de una módica subida de entre 400 y 600 euros al mes. Que es lo mismo que han conseguido sus colegas, los antiguos secretarios de juzgado, tras varios meses de tomar a la ciudadanía como rehén.

Ahí es nada, 400 euros al mes. No sé a ustedes, pero a mí la cifra hace que no termine de sacarle sabor a ese 4% que acaban de firmar sindicatos y empresarios para el resto de los asalariados. Sobre todo sabiendo que es solo una recomendación y que luego, en fin, a unos les llegará y a otros no. Pero apostaría que sé a quiénes sí les va a llegar: a los trabajadores públicos. Eso, y más. Por si usted no lo sabe, la brecha que existe entre el salario medio en el sector público y en el privado es ya del 30%: el sueldo medio bruto del funcionario supera los 2.800 euros, el del resto se queda en 1.900. Pero hay otro dato todavía peor: el 60% de los trabajadores públicos cobra más de 2.300 euros brutos, mientras en el resto ese porcentaje ronda el 22%.

Es una cuestión de poder de negociación, y de que quien te tiene que dar las cosas no es el que, al final, suelta la mosca. Y no es que me cabree que los servidores públicos estén bien pagados. Deben estarlo, claro. Pero no puede ser que la diferencia entre ellos y el resto siga creciendo, siendo ya grande, mientras los servicios se deterioran: no me hablen de la cita previa, que me pongo atómico.

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En fin, no sé. Que igual algún día deberíamos de mirarnos lo de los funcionarios.

  1. Sábado Revellín

    El sitio de los coches

Es curioso como uno no ve las cosas hasta que se decide a mirarlas. O hasta que le surge la oportunidad. Ayer sábado pasé un rato en una feria de comida callejera instalada delante del Revellín logroñés. No es que el evento en sí me pareciera nada del otro mundo, pero me llamó la atención el espacio. Es un sitio magnífico, delante del corazón histórico y sentimental de Logroño, flanqueado de hermosos árboles, en la entrada del casco histórico. Y, eso no se ve, encima de uno de los yacimientos arqueológicos más documentados de la ciudad.

Las furgonas de fritangas se irán hoy, y quedará la cosa como siempre. O sea, un aparcamiento. Es curioso, repito, como uno no ve las cosas que tiene delante. No sé cómo los logroñeses normalizamos que ese espacio ha de ser un aparcamiento, un almacén de coches. Y así con tantos otros: tan acostumbrados que estamos a que hay que darle lo mejor de la ciudad a esos monstruos con ruedas. Que sí, que necesitan ser dejados en alguna parte, pero no a costa de la mayor parte de nuestro espacio publico, y de perder algunos de los mejores lugares que debería disfrutar la ciudad.

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  1. Martes Guillermo

    A la fuente

«A por agua, a la fuente», decía en tiempos Guillermo cuando alguien le pedía el líquido elemento para beber. Ignoro si lo seguía diciendo. Hace años que no visito aquella casa, y ahora me pena: la mano de un desalmado acabó esta semana can la vida de un personaje singular, padre de uno de esos sitios que deberían ser patrimonio de la humanidad por únicos y resistentes.

La pena y la incredulidad de estas ocasiones no debería hacernos olvidar la reflexión: cuando se encadenan tantas burradas seguidas en una región en la que no pasaba nada, es que realmente está pasando algo. Y quizá deberíamos preocuparnos.

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