La alcaldesa de Valencia, María José Catalá, con Mazón y Feijóo R. Solsona (E. Press)
Crónicas venenosas

Mazón o la kriptonita

«Los enemigos del hombre están en su propia casa» (Mateo, 10:36)

Pío García

Logroño

Domingo, 17 de noviembre 2024, 08:27

Si Feijóo escribe algún día sus memorias –que de momento no apuntan a best-seller–, tendrá que dedicarle algún capítulo importante a Carlos Mazón, quizá ... el principal. En el PP andan muy entretenidos buscando enemigos exteriores a los que culpar de su infortunio, pero el departamento de Asuntos Internos de Génova debería investigar con urgencia a Mazón, supuesto afiliado popular y probable quintacolumnista. En los años cincuenta, el senador McCarthy ya lo hubiera procesado por traidor y criptosanchista, pero la caída del telón de acero nos ha traído una lamentable relajación de las costumbres policiales.

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Si nos atenemos a los hechos desnudos, resulta difícil encontrar en los últimos años alguien más dañino para el PP que Carlos Mazón, presidente valenciano. Ha superado –y lo tenía difícil– a Fernández Mañueco, genial estratega mesetario que un buen día, sin venir a cuento, decidió cargarse a Ciudadanos para acabar juntándose con un voxeador de barbita campeadora, arenga ardiente y escaso fuste. Algún día tendrán que revisar los partidos políticos sus extraños procesos de selección de personal, más relacionados con la habilidad para acariciar lomos que con la profundidad intelectual o la capacidad de gestión, ese aburrimiento.

Mazón se ha convertido en apenas unos meses en la kriptonita más eficaz contra Feijóo. Yo de Sánchez rogaría por su continuidad al frente de la Generalitat valenciana y todos los años le haría llegar, con gran aparato de lazos, fastuosas cestas de Navidad repletas de jamones ibéricos. Probablemente le deba a este hombre inexplicable su segunda etapa en la Moncloa y quién sabe si la tercera.

Recordemos que en las elecciones autónomicas del 23J, el PP arrasó. En algunos sitios (La Rioja, Madrid) logró cómodas mayorías absolutas, pero en otros dependía de Vox para sacar adelante la investidura. Sánchez convocó elecciones a todo correr, en una estrategia suicida que le salió bien gracias a tipos como Mazón.

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El PP no tenía ninguna prisa. Pudo haber marcado territorio frente a la ultraderecha y haber alargado el tiempo de las investiduras con negociaciones ásperas y puntillosas, al menos hasta la fecha de las elecciones generales. A Mazón, sin embargo, se le hicieron los dedos huéspedes y acabó cerrando en apenas unos días un pacto ridículo con Vox, sellado con un papelito que parecía escrito por un niño de tercero de Primaria no demasiado espabilado. Luego fueron cayendo puntualmente los demás barones. Sánchez recogió el inesperado regalo y jugó sus cartas con ese envidiable aplomo de tahúr sin escrúpulos. Feijóo acabó consiguiendo una victoria pírrica, un lánguido triunfo que solo le sirvió para llorar su desgracia más amargamente.

Un año después, la terrible DANA que se ha abatido sobre Valencia ha vuelto a colocar a Mazón en las primeras páginas de los periódicos. Unos y otros se esfuerzan mucho en echarse en cara las respectivas responsabilidades, pero hasta los feligreses más conspicuos de la gaviota reconocen que la gestión del presidente valenciano ha sido nefasta. No se ha tratado de simple incompetencia, dolorosa pero hasta cierto punto perdonable, sino de algo parecido a la desfachatez.

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Esa larguísima comida con generosa sobremesa («¡tráete unos chupitos, jefe!») mientras caían chuzos de punta y las alarmas rojas iban saltando una a una pesará siempre como una condena bíblica sobre los hombros de Mazón. Pero hay algo más. Al parecer, el postre de aquel menú era ofrecerle a una periodista amiga la dirección del canal autonómico de televisión, con el proceso de selección reducido a un tiramisú y dos cucharillas. ¿Con qué autoridad puede ahora Feijóo criticar el indecente mangoneo del Gobierno de Sánchez en el Consejo de TVE? Cada minuto que pasa Mazón en la Generalitat es un metro que se aleja Feijóo de la Moncloa. Intuyo que él lo sabe, pero, por más que sobreactúe en Bruselas, no acierta a encontrar la salida a ese laberinto.

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