Nogueras, Turull y, en plasma, Puigdemont, ufanos tras firmar el acuerdo con el PSOE A. Paredes (Europa Press)
Crónicas venenosas

Los de fuera y los de dentro

«Mis hijos no podían jugar en el parque cuando eran pequeños. Me decían: madre, todos son castellanos» (Marta Ferrusola)

Pío García

Logroño

Domingo, 9 de marzo 2025, 09:20

Los de fuera. ¿Quiénes son los de fuera? «El 25% de la población ha nacido fuera de Catalunya», asegura el PSOE casi compungido, da igual ... que sean de Sudán del Sur o de Rincón de Soto. Del acuerdo con Junts no me preocupa tanto su encaje constitucional como el inquietante espíritu que anima a la primera parte contratante. Tantas amonestaciones contra quienes compran «el marco mental» de la ultraderecha y aquí tenemos ese mismo marco decorado con pan de oro y volutas rococó.

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He oído a pocas voces de la izquierda defender con entusiasmo que este sea un pacto necesario, un avance para la vida cotidiana de los emigrantes. A lo sumo se limitan a contestar melifluamente, como Yolanda Díaz, que «respeta los derechos humanos». Los socialistas tratan de rebajar su importancia, como si solo se tratara de poner a un mosso en una ventanilla del aeropuerto de El Prat estampando sellos vistosos en los pasaportes. En cualquier caso, como ahora manda Illa –añaden–, el president, que es hombre juicioso, tratará a todo el mundo con ecuanimidad y caridad cristiana. ¿Y si pasado mañana regresa a la Generalitat un Puigdemont o un Torra? ¿Qué herramienta vamos a poner en sus manos?

Delegar una competencia no es fácil y revertir una delegación es todavía más complicado e inflamable, un 155 en toda regla. La retórica campeadora de Junts no engaña a nadie: es nacionalismo puro, una raya profunda para separar a los dentro y a los de fuera. El acuerdo graba en mármol el antiguo lamento de la señora Ferrusola, esposa de Jordi Pujol, santa madre de la patria catalana y jubilosa benefactora de la banca andorrana: «Las ayudas son para esta gente que no saben lo que es Cataluña. Solo saben decir 'dame de comer'. Mi marido está cansado de dar viviendas sociales a magrebíes y gente así».

En todo nacionalismo late una xenofobia atávica: lo vemos en Junts, en Vox, en Trump. Incluso en algunos que pretenden disfrazarlo con ropajes posmodernos. Estaría muy bien proponer a los lectores una cata a ciegas de frases, como hace 'El comidista' con los gazpachos de supermercado. Ahí va esta: «Debemos ser soberanos para poder regular nuestras propias competencias en emigración porque formamos parte de una nación que tiene su identidad nacional en riesgo». ¿Salvini? ¿Abascal?¿Le Pen? ¡No! Arnaldo Otegi en Radio Euskadi.

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Hay mucha gente que piensa así, aunque no es necesario pactar con ellos y asumir sus neuras. A los franquistas los hemos ido quitando de las calles (¡afortunadamente!), pero ahí sigue tan pichi Sabino Arana, con placas en Bilbao y en Barcelona que rinden homenaje al tipo que una vez escribió: «La mujer es vana, superficial, egoísta. Es inferior al hombre en cabeza y corazón. ¿Qué sería de la mujer si el hombre no la amara? Bestia de carga, nada más». ¿Por qué no aprovechamos un 8M, tal vez el próximo, para bajarlo del pedestal?

Ignacio Urquizu, socialista, doctor en Sociología, una de las mejores cabezas de la política española, resumió su desagrado en La Sexta: «Lo que me incomoda es no saber cuál es el límite. Hasta dónde se está dispuesto a pactar y ceder en un acuerdo de gobierno. Lo que no se puede negociar son principios que van en contra de tu propia ideología».

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