«Cuando oigo un estruendo, me viene a la mente la guerra y lloro»
En veinte días se cumplirá un año de que las tropas rusas comenzaron a invadir Ucrania. Veronika Martynova seguía desde su casa en Logroño –vive aquí hace dos décadas– el conflicto y temía por sus familiares más directos: madre, abuela, hermana y sobrina. Estas dos últimas, «por suerte, ya están aquí con nosotros. ¡Ya no nos separamos!». Pero el reencuentro con Gulnara Asanova y su hija adolescente Yana no fue fácil.
«Yo tenía claro que debían salir del país. Cuando empezaron los bombardeos, nos temíamos ya lo peor. A nadie le entraba en la cabeza que pudiera pasar eso. Así que me puse a buscar alternativas para que saliera mi familia», recuerda Veronika. Y a través de Facebook encontró un anuncio que ofrecía la posibilidad de llegar hasta Polonia, donde ya sería más fácil el éxodo.
Habló con Gulnara y le dijo: «Tenéis dos horas para coger documentación y algo de ropa». Así lo hicieron su hermana y su sobrina pero el trayecto hasta abandonar Ucrania se convirtió en una odisea de varios días, durmiendo en refugios, oyendo explosiones, viendo caer aviones en llamas... Finalmente escaparon del infierno «atravesando carreteras minadas y zonas con mucha policía rusa», recuerda. «Y haciendo algún viaje en coches de desconocidos hasta llegar a Polonia –después atravesaron Alemania y Francia para llegar España por Barcelona–. Ahora decimos que fue una locura», apunta Veronika. Pero había que hacerla.
«Mi hermana salió del país por un anuncio que yo le encontré en Facebook y en coche de un desconocido», relata Veronika Martynova
De lo contrario, quizá no estarían a salvo. En La Rioja encontraron pronto facilidades y a los pocos días de llegar ya les concedieron la protección temporal «con un permiso para residir en España al menos dos años». Viven en la segunda planta del edificio de la Cocina Económica, al igual que otras cuatro familias ucranianas.
Gulnara ha estado trabajando cuatro meses como camarera de habitaciones en un hotel, «pero me he dado cuenta de que necesito mejorar mi español». Así que una vez finalizado el contrato, se ha apuntado a diferentes cursos de castellano en Cruz Roja o en el centro Plus Ultra. Mientras que su hija Yana cursa cuarto de la ESO y quiere ser abogada internacional. «Es una buena estudiante», apunta su madre.
Tanto ella como su hermana hablan casi a diario con su familia en Ucrania. «Siguen pasándolo mal. Somos de Jersón, una ciudad al sur que es importante para Crimea. Llevan nueve meses ocupados», explica Gulnara. En Logroño, en cambio, «disfrutamos de la tranquilidad. Aquí no hay bombardeos ni explosiones pero cuando oigo un portazo o estruendo, me viene a la menta la guerra en nuestro país y los momentos más duros. Me entran ataques de pánico y lloro».