La comunidad de Agustinos Recoletos del monasterio de Yuso, en uno de sus momentos de recogimiento y oración. L. R.

Sin afectados, gracias a Dios

Los frailes del cenobio de San Millán viven estas fechas alejados de las visitas

Jueves, 26 de marzo 2020, 20:20

En estos tiempos de confinamiento obligatorio, existen comunidades para las que esa situación supone muy poca diferencia con la vida que ellos han elegido voluntariamente, aunque haya matices de unas a otras. El padre prior de los Agustinos Recoletos que regentan y habitan el monasterio de Yuso, en San Millán de la Cogolla, Pedro Merino, asegura que «gracias a Dios» todos están bien. «Ninguno de nosotros –añade– tiene ningún síntoma. Hasta ahora estamos perfectamente y muy agradecidos de que la cosa esté así». Su satisfacción se extiende a que «los vecinos del pueblo, hasta donde nosotros sabemos, parece que tampoco están teniendo ningún afectado, lo cual nos agrada enormemente».

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En la comunidad habitan diez religiosos, alguno de unos 50 años, la mayor parte de más de 60 y el mayor de 88 años, según el recuento del prior. Asegura que están bien atendidos. «Sí, sí, sí, sí. Tampoco hemos requerido ninguna atención médica más allá de disponer de las medicinas que hemos necesitado y sin ningún problema».

Por lo que se refiere a las necesidades vitales, también están cubiertas. «La panadería del pueblo sigue funcionando y nos traen el pan y, en cuanto a alimentación, tenemos un proveedor de Logroño que nos abastece», detalla el prior.

«Sentimos enormemente que le gente no pueda disfrutar de las visitas y esperamos se vuelvan a realizar cuanto antes»

En cuanto al día a día, Merino señala que, pese a que «parezca feo decirlo», personalmente se encuentra mejor. «No tengo el agobio de una reunión, de unos encuentros, de una llamada... de esas inevitables presencias que me obligan a diario la atención al monasterio. Así que estoy en mi despacho poniendo al día mis papeles, actualizando algunas cosas, escribiendo, leyendo, trabajando... Es decir, podemos hacer una vida realmente nuestra, a la medida de lo que realmente nos satisface y nos llena», asegura.

No obstante, no se olvida de los visitantes del monasterio. «Sentimos enormemente que la gente no pueda disfrutar de esta visita y esperamos que cuanto antes se puedan volver a realizar». Y lanza un mensaje: «Que miremos un poco el conjunto de la vida y no nos quedemos superficialmente en lo que nos entra por los ojos, sino que pensemos en nuestra generosidad, en nuestra colaboración, y en nuestra sensibilidad para estar cerca de aquellos que tienen más difícil la situación».

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Curso de oratoria

Más alejados aún del mundanal ruido, en plena sierra de la Demanda, los cinco frailes de la Congregación del Verbo Encarnado que se ocupan del monasterio de Nuestra Señora de Valvanera también se encuentran en perfecto estado y viviendo más a fondo el modo de vida que han elegido.

El prior, Agustín María Prado, que encabeza una comunidad en la que el mayor de todos tiene 36 años, indica que están aislados, «pero eso es propio de la vida monástica, la soledad». «Estamos aprovechando para llevar esta vida que durante el resto del año no podemos hacer por la gente que viene, a la que recibimos muy gustosamente, pero ahora estamos más dedicados a nuestra vida monástica. Estamos aprovechando mucho para poner todo en orden», añade.

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Los frailes del monasterio de Valvanera, delante del camarín de la Virgen.

Se han desprendido incluso de la necesidad de atender las obligaciones de la hospedería y su restaurante, de cuya supervisión se encargaba uno de los monjes, «desde el menú del día a las indicaciones al personal y demás». «Ahora nos hacemos nosotros la comida», explica.

Así las cosas y teniendo en cuenta que la rutina habitual de rezos sigue igual desde que se levantan a las 5 de la mañana, «hacemos el oficio de lectura, los maitines, el rezo de laudes, cantamos, la santa misa, el desayuno, y la lectio divina». Eso sí, no tener que atender a las visitas les ha traído una nueva iniciativa. «Estamos haciendo un curso de oratoria por internet y después ya nos vamos a trabajar cada uno en su labor», describe el prior.

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También se están ocupando de otras tareas domésticas como adecentar el camino que lleva a la ermita del Cristo, «que estaba un poco sucio». El resto del día tiene el mismo esquema que antes de esta situación. Eso sí, como quiera que su domicilio es grande, cuentan con un patio interior que les permite dar «unos buenos paseos, en solitario», lo que aprovechan para darse unas buenas caminatas. «También estamos haciendo algunos vídeos, que colgamos en Facebook o Instagram, con reflexiones sobre las cosas que son sustanciales y no las accidentales, lo que verdaderamente vale la pena», indica Prado.

Juan Marín

«Del coronavirus, líbranos Señor»

El régimen monástico de las cinco monjas cistercienses que habitan el monasterio de Cañas, también llamado el monasterio de la Luz, es de clausura. Es por ello que a ellas, de entre 52 y 90 años, las órdenes de recogimiento interior de las autoridades sanitarias no les obliga a cambiar gran cosa sus hábitos de vida. Como bien dice su madre abadesa, sor Esther: «Para nosotras solamente nos ha hecho cambiar tres cosas: el guardar la distancia de unas con otras que ha marcado la Consejería de Salud, el recibir la sagrada forma para la comunión en la mano en lugar de en la boca, y un ritual que hacemos tras el último rezo del día, el de completas, que consiste en rociarnos con agua bendita, que se ha suprimido».

Respecto a su estado, la madre abadesa responde con un «gracias a Dios, estamos bien. De momento, gracias a Dios, y rezando mucho», cuando se le pregunta por cómo están las integrantes de su comunidad. Por lo demás, no notan la diferencia, ya que «habitualmente vivimos en clausura». No obstante, matiza, «lo que pasa es que cambia un poco porque nos sentimos junto a nuestros hermanos, junto a los demás, los que trabajan en el mundo sanitario, los enfermos de coronavirus...».

En el resto, además de «seguir las consignas de la Consejería de Salud, continuamos haciendo los trabajos de cerámica, los patucos de bebé, las labores de cocina, la limpieza...», y por supuesto, su rigurosa vida monacal. Su jornada discurre como describe: «Nos levantamos a las 5.20 y a las 5.45 tenemos el primer rezo que son las vigilias. A las 7 tenemos el desayuno, más tarde la lectio divina, después laudes y la Eucaristía, más tarde oración personal. Seguido la hora de tercia para bendecir el trabajo de todos los hombres y a las 10.15 empieza la hora de trabajo, hasta las 13 horas, que hacemos el rezo del ángelus y después a comer. Como somos cenobitas, lo hacemos todo juntas».

Por la tarde siguen con su misma rutina, en la que los rezos son la base fundamental, con una salvedad. «Como estamos en cuaresma –explica– tras la comida suplimos la relación fraternal, que es el único momento que se nos permite hablar, por la lectura de un libro sagrado que nos manda la madre».

Sor Esther asegura que «miedo no tenemos, tenemos precaución: cuídate y te cuidaré». Y señala que «lo sentimos más por nuestros familiares, amigos, bienhechores, que tienen que estar en la brecha. Por los que no conocemos y tienen que estar ahí, esos son los que más sentimos y por los que más oramos».

Por ello quiere emitir un mensaje esperanzador: «Ánimo, ánimo, que el que tiene a Dios nada le falta, solo Dios basta. Estamos en sus manos y Dios todo lo puede» y pide «rogar al Señor y a la Santísima Virgen María y que este virus se vaya cuanto antes», recordando que «los que están afectados, que sepan que estamos orando día y noche por ellos», para concluir con lo que asegura les dice a las integrantes de su comunidad: «Como le digo a las hermanas, del coronavirus, líbranos Señor».

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