Calles abiertas en canal
CRÓNICAS VENENOSAS ·
«De una ciudad no disfrutas las siete o setenta maravillas, sino la respuesta que da a una pregunta tuya» (Italo Calvino, 'Las ciudades invisibles')Quedarse quieto mirando obras es un pasatiempo que, aunque tiene mala fama, resulta francamente entretenido. A veces, cuando estoy en el periódico, me levantó de ... mi silla, me asomó a la ventana y contemplo fascinado cómo cae el túnel de Duques de Nájera, cómo las máquinas se van comiendo las aceras, cómo de pronto Logroño se convierte en Beirut años ochenta. No me atrevo a dar instrucciones a los obreros, pero miro con un poco de envidia al que maneja la pala destructora. Es ese un trabajo de furia y rompimiento, un trabajo punki para el que modestamente me considero dotado. Tiene que resultar profundamente placentero y liberador acabar a mazazos con las calles, con las escaleras, con las barandillas. Luego habrá que poner otra vez las cosas en su sitio, con mimo y paciencia, y eso ya exigirá unas cualidades que exceden con mucho mis capacidades. Las obras son un espectáculo molesto, pero también hipnótico e incluso bonito, y hay performances artísticas de mucha menor calidad y ambición que ganan premios internacionales.
A mí me dan mucha pereza las reformas y las mudanzas. En mi casa durante ocho años sobrevivimos tan ricamente con las bombillas peladas y los sofás de un merendero hasta que supimos que estábamos embarazados, nos entró una vergüenza inexplicable, como cuando Adán y Eva comieron del árbol prohibido, y nos dijimos que era el momento de convertir aquel chamizo en un hogar medio decente. Fueron tres o cuatro meses infernales, con la casa convertida en una ruidosa república de carpinteros, albañiles y pintores, pero al final mereció la pena o al menos se acabó. También es verdad que yo me conformo con poco.
El nudo de Vara de Rey era un espacio urbanístico infecto, con ese túnel sucio que engullía a coches que iban despendolados y no tenían tiempo de pararse en los semáforos. Pudo haberse arreglado ya, en las anteriores legislaturas, pero todos los partidos políticos de Logroño exhibieron un amargo cóctel de cobardía y ventajismo. La opción inicial, la preferida por los técnicos y por el Ayuntamiento del PP, ya planteaba eliminar el paso inferior y reordenar todo el tráfico en la superficie, pero la oposición vocinglera (PSOE, IU, Cs, PR) se relamió ante la posibilidad de montarle a Cuca un Gamonal y la alcaldesa se asustó. De pronto había que salvar el túnel, que casi adquirió el estatus de ruina romana de incalculable valor patrimonial: los de Segovia tenían el acueducto y los de Logroño teníamos el túnel de Vara de Rey. Gamarra reculó y escogió lo que los antiguos aficionados al fútbol llamarían la 'opción Zubizarreta': quedarse a media salida, sin cubrir la portería ni estorbar al delantero. Se tiraba el túnel, se hacía uno nuevo y viva el vino.
Revertir aquella decisión estupefaciente nos ha costado más dinero y más tiempo, y eso siempre es discutible, aunque el modelo final parece urbanísticamente mucho más sensato que ese empecinamiento en mantener un túnel cochambroso que abría una herida subterránea en el tejido urbano. El Ayuntamiento de Hermoso de Mendoza ha sido consecuente con su idea de ciudad y hay que reconocer su valentía en llevarla a cabo, aunque falta por ver el impacto electoral de unas obras tan tremebundas. Probablemente todo dependa de que los trabajos acaben a tiempo y la gente tenga al menos un par de meses para comprobar si Logroño ha salido ganando.
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