«El lugar más bonito del mundo», deshabitado
Los últimos nacidos en Avellaneda cuentan sus recuerdos de la derruida aldea de San Román | «Vivir aquí era duro sin agua ni luz, pero teníamos ganadería, no pasabas hambre», recuerda Antonio Fernández Blanco
Si hay un lugar tranquilo en el mundo tal vez sea Avellaneda, una aldea abandonada de San Román de Cameros. Por eso, siempre que puede, allí acude Antonio Fernández Blanco, carpintero jubilado residente en Logroño pero que nació en aquel recóndito lugar en 1951 y que lo abandonó para trasladarse a la capital riojana junto a toda su familia en 1964.
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Avellaneda es un poblado derruido en el que solo se mantiene en pie el cementerio, una casa, la reconstruida por el propio Antonio, a los pies del camino; y un monolito en recuerdo a los descendientes de la aldea y en memoria de José Luis García Martínez. Es la prueba de que la memoria del pueblo no ha desaparecido, su recuerdo permanece esparcido, igual que las piedras de las casas sobre las lomas de la montaña que el río Vadillos lleva siglos escarbando para formar un barranco.
«Yo me crié allí y es el lugar más bonito del mundo. Si pudiera (y hubiera agua y electricidad) me subía a vivir allí», escribió Pío García en estas mismas páginas recogiendo la opinión de Antonio Blanco, vecino de la población más cercana, Vadillos. Julián García Martín también recuerda cómo en 1966 se quedó como último alumno del colegio de Avellaneda que atendieron en los últimos años maestras de Islallana y Fuenmayor. Un reportaje de la prensa de la época sobre él titulaba: 'El alumno más caro de toda España'. Y Antonio Fernández (padre) cumple hoy 100 años, aunque hace más de veinte años que no visita su Avellaneda natal «porque es muy negativo y no quiere, todo lo contrario que yo, que vengo mucho, siempre que puedo porque me tira, aquí viví mi niñez, y ando mucho», apunta su hijo.
Ángel y Valentina fueron los últimos habitantes de la aldea, que abandonaron en los 70. Antonio asegura que a mediados del siglo XIX en Avellaneda vivía un centenar de personas. La ganadería era la principal, si no única, actividad de la zona, donde cada familia cuidaba su huerto y contaba con sus gallinas, sus cerdos, caras... igual que en cualquier otro pueblo. Recuerda Antonio que al Este, a los pies de La Modorra (1.647 metros), en cuya cima cuenta la leyenda que hay escondido un tesoro de oro, hubo una mina de bronce. No es difícil creerlo, en el camino hacia la fuente La Churrunchina (1957) encontramos rocas de cuarzo y tierra enrojecida por el hierro. «Igual el pueblo no lo conoce nadie, pero la fuente, mucha. Sale el agua helada hasta en verano», asegura Antonio. Y hasta otorgó el gentilicio irregular 'churrunchinos' a los habitantes de la aldea.
«Igual el pueblo no lo conocen, pero la fuente La Churrunchina, mucha gente», dice Antonio
«Si hubiera seguido habiendo escuela no hubiésemos bajado a Logroño», afirma Julián
Avellaneda, situada a 1.120 metros de altitud y junto al hayedo Monte Real, conserva sus calles, más bien senderos, y su plaza, hoy ya todo conquistado por las zarzas. Antonio recorre la aldea sin dificultad, sabe dónde pisar, y señala el horno de pan «donde amasaban todos los vecinos», en su interior ya se ha hecho adulto un árbol; y una casa, la que parece que fue más voluminosa: «Aquí oía canciones con una gramola de unos americanos [indianos], que eran los ricos».
Al patrón, Santiago, lo guardan en Vadillos, y le dedican una misa el domingo de julio más próximo a su festividad a la que acuden medio centenar de descendientes. En lo alto de todos los montes que rodean Avellaneda hay una cruz («mojoneras») que delimita su término. Cada 1 de mayo se recorrían en romería y recibían la bendición del cura, rogando que no hubiera tormentas, tradición recuperada el pasado 2019 en la que no podían participar las mujeres, que esperaban en el río Chico, y al regresar los hombres se repartían huevos y vino.
«Cuando me marché, lloré»
Los últimos nacidos en la aldea fueron los mellizos Ángel y Maribel García Martín en 1962, hermanos de Julián, quien confiera: «Cuando me marché a los 15 años, lloré». «Es una pena, pero, si no hay servicios, ¿cómo va a ir la gente? Seguramente, si hubiera seguido habiendo escuela no hubiésemos bajado a Logroño», expone Julián. «Vivir aquí era duro sin agua ni luz, pero teníamos ganadería, no pasabas hambre», recuerda Antonio con añoranza, y también cuenta, deteniéndose en su recorrido por la aldea, como si lo estuviera viendo en ese momento, que «venía el zorro y lo veías marcharse con una gallina en la boca». Asegura que bajo la vegetación está el lavadero, y también una ablentadora, una vieja máquina para soplar el grano. Y señala espacios que afirma son las fincas de su familia y que solo él distingue porque el ojo común solo ve campo abierto. «Aún pagamos el IBI de las propiedades, aunque aquí ya no se puede hacer nada porque esto es Reserva de la Biosfera», explica.
A duras penas logró Antonio reconstruir la casa familiar, con la curiosidad de que el día en que pudo llevar las nuevas vigas, un día cualquiera en un lugar por donde apenas pasan los cazadores, alguien aparcó su coche en la entrada a la aldea y sus amigos y él tuvieron que transportar el material a mano como buenamente pudieron. A veces le entran a robar, pero solo encuentran para sustraerle las cornamentas del desmogue de los venados que recoge en sus largos paseos cruzando las desaparecidas aldeas vecinas Landihuela y Mirón.
En la pared más visible de la Casa Emeteria de Antonio, así bautizada en homenaje a su madre, se puede leer el mensaje sobre los Cameros: «Si algún día tus paredes se derrumbasen, aún tus ruinas serían benditas [...]. En las paredes de esta casa quedaron grabados los vagidos que anunciaron nuestra existencia en la familia». No es lo único que se puede leer en Avellaneda. En el cementerio, en el que se distinguen tres tumbas, una está dedicada a un «buen pastor y mejor romancero» y otra, de forma cariñosa, a Petra: «Vivió queriendo, sufrió callando, pero siempre sonriendo. Espero un día volverte a abrazar [...]. Gracias por ser, sencillamente, la mejor».
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