LA EXCENTRICIDAD ES UN GRADO
EDUARDO AÍSA
Viernes, 12 de mayo 2017, 23:57
Quiero disculpar en primer lugar mi ausencia de estas páginas en las dos anteriores citas musicales de Riojafórum. Circunstancias personales me impidieron comentarles la espléndida representación de la ópera Madama Butterfly de finales de marzo y el bello concierto de la Sinfónica de La Rioja unos días más tarde.
Publicidad
El concierto que hoy les comento estaba totalmente condicionado por la personalidad única e irrepetible del célebre pianista Ivo Pogorelich, que hizo su aparición en el panorama musical en 1980 como un fulgurante meteorito, que rápidamente se encaramó a las primeras posiciones del pianismo internacional por su deslumbrante técnica, por la originalidad de sus interpretaciones, por su formidable potencia sonora y hasta por la soberbia belleza de sus facciones balcánicas que aparecían en los discos. Luego llegó una profunda crisis personal tras la muerte de su esposa y profesora Aliza Kezeradze, veinte años mayor que él, que le retiró por un tiempo de las salas de concierto y las grabaciones. El Pogorelich que regresó a la música ya no era el mismo: la originalidad de sus enfoques se volvió excentricidad, su técnica sufrió cierta merma, su peculiar y bellísimo sonido se había vuelto deliberadamente áspero, su personalidad era psicótica con manías obsesivas, aunque su inmensa genialidad seguía apareciendo aquí o allá en su errático discurso musical.
Va a hacer diez años (28 de diciembre de 2007) de su anterior extravagante concierto en Riojafórum, en penumbra, con partitura, sin mirar al público y empalmando una obra con otra, y hemos vuelto a ver un Pogorelich mucho más equilibrado en lo personal, incluso firmando autógrafos al público a la salida, aunque igual de estrafalario en sus enfoques musicales.
Podríamos decir que no oímos el concierto de Schumann, sino el concierto en la menor de Pogorelich, tales fueron las libertades expresivas que se tomó, con tempos disparatados, con articulaciones y acentos inauditos, con fraseos erráticos, aunque también, eso sí, con momentos inesperadamente geniales, con destellos de lo que fue su gloria en el firmamento pianístico. Así que puedo decir que no me gustó el concierto de Schumann, pero sí el de Pogorelich por esos momentos originales, divinos o rotundos con que salpicó su lectura. Indudablemente no es un artista que deje frío al auditorio y, como digo al principio, la excentricidad es un grado.
Bastante mérito tuvo el director Michael Guttman y la orquesta en acoplarse al solista y adaptarse a una lectura tan peculiar como caprichosa, consiguiendo un estimable resultado musical global. Me gustó mucho la orquesta en la Sinfonía Escocesa de Mendelssohn: tiene una cuerda preciosa, especialmente las secciones graves, con unos violonchelos celestiales -¡qué fraseos, qué sonido, qué redondez!-, unos contrabajos expresivos y unas violas de textura sedosa. La madera era también impresionante; quizá no sea la mejor que hayamos oído aquí, pero cerca le anduvo. Destaquemos también las formidables trompas. Respecto al director debo confesar que les tengo manía a los histriones, que parecen haber ensayado la gestualidad ante el espejo, y estos últimos conciertos llevamos varios, así que no me convenció Michael Guttman, aunque debo reconocer que la versión que nos ofreció de la 'Escocesa' fue muy brillante, quizá excesivamente luminosa y extrovertida, en detrimento de la 'brumosidad' que quería reflejar Mendelssohn. No hubo propinas ni del solista ni de la orquesta ¡avaros!
¡Oferta especial!
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión