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Arnedillo | Procesión del Humo
La fuerza de la ciencia y la feCientos de personas revivieron la Procesión del Humo que sanó la villa en 1888
Ernesto Pascual
Domingo, 24 de noviembre 2024, 19:34
En el horizonte se vislumbraba una mañana de nubes bajas, de las que ocultaban la altura de Yerga o Gatún. Aguas arriba del río Cidacos, ... el sol se abría paso y brillaba entre los montes que cobijan a Arnedillo. Parecía querer abrir sitio, para que no se confundiera con las nubes al humo que comenzaba a despegar de las calles de la villa a medida que el reloj avanzaba sobre las 11.00.
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Porque los arnedillenses ya empezaban a prender las hogueras de romero humedecido. Como habían hecho sus antepasados por estas fechas en el llorado otoño de 1888.
Como cada último domingo de noviembre, los vecinos de la villa cumplieron con la tradición. Con el aprendizaje que les legó la unión sanadora entre sabiduría popular, ciencia y fe para acabar con la viruela negra que dejaba mortandad en sus casas hace 136 años. Una tradición declarada fiesta de interés turístico regional en 2013 y que todos los años atrae a decenas de curiosos. Y de fotógrafos.
En dos meses, la viruela negra mató a 34 vecinos. Tras la procesión frenó la mortandad
El dulce olor a romero se paseaba por las calles del angosto casco histórico de Arnedillo cuando comenzaban a repicar las campanas de la iglesia parroquial de San Servando y San Germán. Las hogueras eran entonces apenas una llama entre maderos. El romero esperaba al lado. Los vecinos lo humedecían a palmadas de agua.
Similar debió transcurrir la mañana del 30 de noviembre de 1888. Aunque con mucho más miedo y dolor. A principios de octubre se habían conocido los dos primeros muertos. En dos meses fueron 34 víctimas de una peste de viruela negra. La enfermedad entró en todas las casas y la impotencia recorría la villa. En esa desesperación, la sabiduría popular y la fe hicieron fuerza. Los vecinos repartieron por todas las casas ramas de romero de los montes de alrededor, conscientes de su poder desinfectante. Decidieron darles fuego al paso de uno de los siete santos más venerados en la villa. Para elegirlo, les pusieron velas. La que más duró fue la de San Andrés, que cuenta con cofradía en Arnedillo desde el siglo XVI.
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«Tal y como consta en el acta del libro de la cofradía, la epidemia cesó. Hubo muchas preguntas sobre cómo fue posible, pero los de Arnedillo no lo dudaron: San Andrés y el humo de romero fueron sus salvadores –relató en su pregón durante la eucaristía el párroco, Joaquín Ruiz–. Por eso repetimos esta tradición, en agradecimiento a nuestros antepasados».
La imagen de San Andrés fue recibida en el mismo umbral de la iglesia por un humo avivado. Y por cientos de personas. A hombros de los miembros de la cofradía se encarriló hacia las angostas calles. En ellas les esperaban los vecinos, que aceleraban el humo al aviso de que la procesión se acercaba. El humo lo invadió todo. Hizo casi imperceptible a San Andrés, al que sólo se le adivinaba por las velas de los cofrades. Toses, lágrimas, andar prácticamente a ciegas. Como desde hace 136 años.
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