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La burra Catalina come el pienso dispensado por una de las bolas de la máquina.
Si quiere pienso Catalina...
EZCARAY

Si quiere pienso Catalina...

El dueño de cinco burros en Ezcaray idea un dispensador de pienso para que los niños alimenten a sus animales

DIEGO MARÍN A.

Miércoles, 1 de octubre 2014, 00:05

Tres atractivos tienen los niños en Ezcaray: los caballos, los patos del río Molinar y los burros del camino del Molino Viejo. Tanto es así que la ceremonia de acudir a darles de comer se ha convertido en un rito tan habitual entre los pequeños como jugar en el parque o bañarse en la piscina.

Primero hubo un solo burro, luego dos y ahora hay cinco. ¿Por qué? «Si quieres que te diga la verdad, porque mis hijos querían un hámster», asegura el dueño, «y les dije que no, pero les regalé un burro, aunque acabamos teniendo un hámster y un burro». Gervasia, Federico, Catalina, Olivia y Perico están a buen resguardo, con su propio establo, en la finca de José María Gutiérrez. Lo curioso, al margen de la simpatía de su terreno, con estos animales, que a buen seguro compondrán la manada más extensa de La Rioja, es el ingenio de su dueño, José María Gutiérrez. Acostumbrados ya a que les den de comer, los burros, como los perros de Pavlov, se acercan raudos a la valla cuando ven acercarse a alguien.

«Los críos venían y siempre les daban chucherías a los burros», explica José María. Y chucherías no son zanahorias sino gusanitos, chocolate y ese tipo de golmajería infantil. «Eso es lo peor, es veneno para los animales, está fermentado, tiene mucha sal -afirma el dueño-; lo mejor es que les den el alimento que ellos comen, su pienso; así, además, los niños aprenden lo que comen los burros: trigo, habas, cebada seca...».

El problema estaba en cómo controlar lo que toda la gente que pasa por allí les da a los animales, porque dar explicaciones todos los días resulta cansado. «Dándole vueltas a cómo podría controlar un poco lo que la gente les da (aunque siempre hay gente que les trae pan, verdura, fruta y otras cosas buenas), pensé en inventar algo para que los niños puedan darles de comer», recuerda José María. Entonces, un día, en un bar, vio un dispensador de bolas con regalos en su interior para los niños. Un euro: un regalo. «Entonces pensé en meter el pienso dentro de las bolas y, así, ¡ya estaba!», confiesa. La máquina se la regaló un amigo y, por un euro, ahora dosifica el alimento de los burros, que lo comen como si fueran premios.

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