El día que no hubiéramos querido vivir

Parece que fue ayer resulta ser una de esas frases que cualquiera musita alguna vez en su vida, casi siempre para sus adentros. Asombrado por el rápido discurrir del tiempo, que aleja de nosotros acontecimientos memorables, sean festivos o trágicos, como si en efecto eso hubiera ocurrido ayer. Parece que fue ayer, en efecto, el 11 de marzo del 2004: una mañana que amaneció como todas, sin que nada hiciera presagiar que estuviera destinado a convertirse en un doloroso recuerdo, un drama de primera magnitud. Inabordable, inasumible. Una puñalada en el corazón de España.

Al suceso respondió Diario LA RIOJA con un despliegue editorial sin precedentes. Uno de esos días en que la redacción hubiera preferido dedicar sus desvelos a otra cosa. A cualquier otra cosa. Decenas y decenas de páginas hicieron del periódico del día 12 un periódico distinto, cruelmente distinto. En medio del dolor, hubo que conciliar la ira con la obligación de salir a la calle y contarlo como mejor se pudo. Hubo lágrimas en medio del frenesí del trabajo, hubo estupefacción por la dimensión de la tragedia y hubo confusión, la misma que atenazó al resto de españoles hasta que a media tarde se abrió paso la certeza de que el atentado tenía una firma distinta a la habitual: el terror se había convertido en una marca global.

En medio de las vidas mutiladas, el espanto de los trenes y la condena generalizada amaneció Diario LA RIOJA en los quioscos. El esfuerzo informativo prosiguió en los días siguientes y sigue sin cesar: un manantial del que no dejan de brotar las lágrimas. Hoy, doce años después, una cierta unidad perdida imanta el recuerdo de tan triste aniversario. Hoy, doce años después, seguimos llorando con nuestros lectores.