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Miguel Delibes, en su casa de Valladolid.
Miguel Delibes: Caballo de Troya contra la censura

Miguel Delibes: Caballo de Troya contra la censura

Durante varios decenios, Delibes representó la lucha del periodismo español por la libertad de expresión

Carlos Aganzo

Miércoles, 13 de septiembre 2017

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El 17 de octubre de 2006, rompiendo todo protocolo, los Reyes de España se desplazaron hasta la casa de Miguel Delibes, en la calle Dos de Mayo de Valladolid, para hacerle entrega del Premio Vocento a los Valores Humanos. Don Juan Carlos y Doña Sofía destacaron entonces su «defensa de la libertad ejercida a través del periodismo». También «su sensibilidad personal y literaria hacia los más desfavorecidos y su amor a la naturaleza». Era su primer gran galardón periodístico, después de una vida en la que había alcanzado todos los galardones literarios imaginables. Incluida una firme candidatura al Nobel, que tropezó en su camino con alguna piedra demasiado grande.

Durante más de dos decenios, el autor de «Los santos inocentes» fue una verdadera tortura para la censura franquista. «Desde que entró en el periódico Miguel Delibes –escribe el director general de Prensa Juan Aparicio a Segismundo Royo Villanova, consejero de «El Norte de Castilla»– y el Consejo le designó subdirector, se ha producido un grave quebranto de la autoridad del director (…) y ello se refleja en los contenidos del periódico».

Desde sus inicios en el que hoy es decano de la prensa diaria española, Delibes supo muy bien lo que era la censura. Cuando entró a trabajar como dibujante en el periódico en 1941, con su carpeta de caricaturas debajo del brazo, la Delegación Nacional de Prensa acababa de expedientar a su director, Francisco de Cossío, y como represalia había obligado a retirar de la cabecera del periódico su condición de «diario independiente de Valladolid». Cossío, espejo de Delibes en tantas cosas, había destacado a su vez por su lucha furibunda contra la dictadura de Primo de Rivera: hubo de exiliarse a París en 1924 para evitar ser deportado a Larache y al final terminó desterrado dos semanas en Chafarinas, por un artículo no publicado en «El Norte», sino en «La Razón» de Buenos Aires. Dos años después del ingreso de Delibes en el periódico, el propio Aparicio destituiría a Cossío y nombraría en su lugar al sacerdote falangista Gabriel Herrero.

Estudiante primero, y profesor de Derecho Mercantil después, a la par que dibujaba –lo hizo durante 17 años– Delibes fue ganando territorio en la redacción de «El Norte». Fue redactor de internacional, editorialista, crítico literario y cinematográfico, y pronto la empresa editora de «El Norte» vio en él el candidato ideal para sustituir a Herrero –a quien consideraba «no apto» para ejercer la dirección–, y para recuperar la línea agraria y liberal del rotativo. En 1948, con la consecución del Premio Nadal con su novela «La sombra del ciprés es alargada», la figura del periodista y escritor empezó a cobrar un relieve que terminaría siendo la mejor baza para impulsar esta opción. En 1953 la empresa le nombra subdirector y en 1954 le encarga la organización del Centenario de «El Norte».

Escrito por Delibes, pero firmado por Gabriel Herrero en su condición de director, el artículo que celebraba los ‘Cien años de vida’ de «El Norte» provocó escándalo en el Ministerio yel periódico fue amonestado. Con Delibes a la cabeza del rotativo, seguiría siendo castigado una y otra vez con los motivos más diversos, como no destacar suficientemente en sus páginas el Día de la Victoria, como criticar la ley sobre "Tierras en pajas", como prescindir de los artículos de la agencia Cifra o como publicar una entrevista con el nuevo gobernador civil, Jesús Aramburu, antes de que se produjera su nombramiento.

El periodismo como escuela literaria

Modelo de independencia, de rebeldía y de lucha en favor de los desfavorecidos, Miguel Delibes tuvo en el periodismo su mejor aliado para convertirse en uno de los más grandes escritores españoles del siglo XX. Y viceversa: su fama como escritor le ayudó a mantener viva la batalla por la libertad de expresión. «La actividad periodística –dijo en 1980 en una entrevista– me enseñó dos cosas que me parecen fundamentales para el novelista: primero, el valorar la circunstancia humana de todo hecho. Segundo, una labor de síntesis, importante para mí, que proclamo que la novela de hoy debe ser breve». Su historia como director de «El Norte de Castilla» es la historia de la lucha de la palabra contra la censura.

En su libro «La censura de prensa en los años cuarenta», el propio Delibes rescata algunas de las consignas que se recibían entonces en la redacción de «El Norte». Como aquella que dice: «Ese periódico publicará en los próximos quince días nueve artículos firmados por sus mejores colaboradores, en la primera plana, comentando el discurso pronunciado por Su Excelencia el Jefe del Estado el día primero de octubre ante el Consejo Nacional» o esa otra, tan elocuente, que advierte: «Ante la posible contingencia del fallecimiento de don José Ortega y Gasset, ese diario dará la noticia con una titulación máxima de dos columnas y la inclusión, si se quiere, de un solo artículo encomiástico, sin olvidar en él los errores religiosos y políticos del mismo y, en todo caso, eliminando siempre la denominación de "maestro"».

Cuando gana en 1955, con «Diario de un cazador», el Premio Nacional de Literatura, Miguel Delibes es ya una gloria literaria nacional. Su prestigio como escritor le permite seguir saltándose como periodista, una y otra vez, los límites de la censura franquista. En 1958 el vallisoletano Adolfo Muñoz Alonso es el nuevo director general de Prensa. «El Norte» consigue la destitución de Herrero y nombra a Delibes director interino, hasta su confirmación oficial en 1960. Sólo de puertas adentro, porque no aparecerá en la mancheta del periódico, después de una intensa pugna con el ministerio, hasta treinta meses después de su designación. Una vez más, las quejas del nuevo jefe de la censura ante el Consejo del rotativo: «"El Norte" y sus hombres estuvieron sucesiva y constantemente, durante las últimas semanas, sobre la mesa del director general y del delegado provincial de Valladolid».

Miguel Delibes.
Miguel Delibes.

Los hombres de «El Norte», además de Delibes, son el extraordinario grupo de periodistas y escritores gestados a su alrededor: Francisco Umbral, Manu Leguineche, Fernando Altés, César Alonso de los Ríos, José Luis Martín Descalzo, Javier Pérez Pellón, según la nómina proporcionada por él mismo en 1988, en su discurso como doctor honoris causa por la Universidad Complutense. Ética, estética, rigor e independencia a machamartillo. Y entre ellos también José Jiménez Lozano, quien le habría de suceder años después en la dirección de «El Norte»; el único periódico español con dos premios Cervantes en su nómina de directores.

Nunca lo tuvo fácil como periodista, y menos aún como director Miguel Delibes. En una carta a su primo Jaime Alba le confiesa: «Cada día me siento más vejado, enfurecido y roído de escrúpulos en este cargo. Tan sólo me consuela el hecho de que, al menos, mi sensibilidad no se haya acorchado». A la historia del periodismo español han pasado sus enfrentamientos con Manuel Fraga y con su director general de Prensa, Manuel Jiménez Quílez. Delibes no sólo fue llamado a capítulo a Madrid por los ministros de Obras Públicas y de Agricultura; un sábado detrás de otro, después de terminar su semana al frente del periódico, tenía que bajar a la capital para escuchar las acusaciones de Jiménez Quílez de «hacer fracasar el experimento de liberalización de la prensa española» en los primeros años del desarrollismo. Regresaba a Valladolid con las nuevas consignas: cambiaba palabras y expresiones y seguía adelante. Hasta la próxima advertencia.

En 1962 publica una de sus obras míticas, «Las ratas», con la que gana el Premio Nacional de la Crítica. Uno de sus libros más acusadores, más desveladores de las miserias de una Castilla afligida. Así se lo confiesa a César Alonso de los Ríos en sus "Conversaciones": «"Las ratas", sin duda alguna, es un libro mucho más duro que los artículos que publicábamos en "El Norte de Castilla". "Las ratas" y "Viejas historias de Castilla la Vieja" son la consecuencia inmediata de un amordazamiento como periodista. Es decir, que cuando a mí no me dejan hablar en los periódicos, hablo en las novelas. La salida del artista estriba en cambiar de instrumento cada vez que el primero desafina a juicio de la administración». Al año siguiente, el ministerio nombró subdirector a Félix Antonio González. Le dijeron, en palabras del propio Delibes: «Tú eres más director que el director. Tú tienes derecho de veto sobre todo lo que Delibes ordene. Y si Delibes se desmanda, tú te vas a casa». La connivencia entre Delibes y su 'comisario político’ no fue suficiente para que cesaran al primero y nombraran al segundo en mayo de 1962, aunque de nuevo el cambio en la mancheta no se reflejara hasta abril de 1966. Pelea sorda e interminable.

La historia dice, sin embargo, que aquella batalla perdida se convirtió más tarde en una guerra ganada con amplitud por el escritor. Delibes pasó a ser delegado del Consejo en la Redacción de «El Norte», con el cometido de velar por su línea editorial, y en 1983 se incorporó al propio Consejo del periódico, un cargo que ejerció hasta sus últimos días, cuando fue sustituido por su hijo Germán. En paralelo, entró en la Real Academia Española en 1973, con un discurso visionario sobre la relación del hombre con el medio ambiente.

En 1979 Lola Herrera convirtió su versión de «Cinco horas con Mario» en un símbolo de la Transición española y en 1993 el Premio Cervantes puso broche a su sensacional carrera literaria, antes de volver a ser Premio Nacional de Literatura con ‘El hereje’. Hasta que se forjó un verdadero mito alrededor de todas estas cosas.

No todos recuerdan ahora que en 1975 a Miguel Delibes le ofrecieron ser director de «El País». El viejo periodista, que un año antes había perdido a su esposa, Ángeles de Castro, lo rechazó con una fórmula tan sincera como particular: ya que se había quedado viudo de su mujer, que era lo que más quería, no quería quedarse viudo también de sus otros dos amores: «El Norte de Castilla» y el Real Valladolid. Pura cepa.

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