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Un grupo de jóvenes recibe el Año Nuevo en una playa de Barcelona. Europa Press
¿Este invierno es culpa nuestra?

¿Este invierno es culpa nuestra?

Aunque los efectos del calentamiento global planean sobre nosotros, los expertos coinciden en desvincular este fenómeno de los eventos meteorológicos extremos con que se despidió 2022. «No todo es cambio climático»

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Domingo, 8 de enero 2023, 00:41

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La Navidad ha desplegado este año un escenario que no deja indiferente a nadie. La tormenta 'Elliot' ha sacudido el centro y la costa este de Estados Unidos con temperaturas que alcanzaron los -48º, miles de vuelos cancelados y estimaciones de 60 muertos. La ola de aire polar – «tan intensa que sólo se vive una vez por generación», repetían allí los informativos como un mantra– ha puesto en aprietos a 200 millones de personas, el 60% de la población, encerradas en sus casas, aisladas, muchas con problemas de suministro eléctrico; amplias zonas urbanas sepultadas por la nieve y los coches chocando en cadena en autopistas con visibilidad nula. La primera economía mundial maniatada por el embate de los elementos.

Al mismo tiempo, a 6.400 kilómetros de Búfalo, convertido por unos días en epítome del caos, las playas de Barcelona o San Sebastián se llenaban de gente, Varsovia inauguraba 2023 con 19º y los termómetros en Francia escalaban ocho grados por encima de lo que viene siendo habitual. Hasta Moscú, que por estas fechas debía estar a bajo cero, marcaba esta semana 6º. Como si la primavera se hubiera adelantado. Escenarios meteorológicos opuestos y separados entre sí por un océano, pero que coinciden en hemisferio y, en consecuencia, en estación del año.

'Elliot' ha traído de inmediato a la mente el cambio climático, hijo del calentamiento global y nieto del efecto invernadero, que tiene su origen en la mano del hombre y cuya inercia escapa ya de su control. Pero la comunidad científica no comparte ese diagnóstico, con independencia de que el aumento de las temperaturas haga a la larga más frecuentes y severos los eventos extremos. Ellos miran al norte, donde los frentes cálidos y fríos entablan feroz batalla, condicionando así las vidas de quienes habitamos debajo.

«Los expertos todavía no han establecido un vínculo entre el cambio climático y episodios como el registrado en EEUU o con que estos sean más intensos», dice Rubén del Campo, de la Agencia Española de Meteorología (AEMET). Sí hay consenso, dice, sobre que estas olas de frío «serán cada vez menos frecuentes» y que cuando lleguen se moverán en unos niveles más suaves. «Esto, lógicamente, no impedirá que haya episodios que escapen a la norma: lo hemos visto ahora en EEUU; o en 2021 con 'Filomena', con temperaturas que alcanzaron en Teruel los -25º, un registro que no se veía por estos pagos desde hacía 40 años».

Entre las derivadas del calentamiento global está la mayor evaporación de masas de agua, en particular de los polos, que en amplias regiones de Siberia y el norte de Canadá lleva años traduciéndose en mayores precipitaciones en forma de nieve desde los primeros meses del otoño. Pero tampoco en este caso los científicos creen probada su relación con la última ola de frío, entre otras cosas porque la evaporación no depende sólo del agua existente en superficie, sino sobre todo de la que demanda la atmósfera, muy alta en verano, pero escasísima en invierno. ¿Qué hay entonces detrás de lo ocurrido?

Corrientes de chorro

La atmósfera es un fluido que se mueve constantemente y donde hay masas de aire frío, masas de aire caliente y frentes que separan a unas de otras, y en función de cómo se ondulan esos frentes amplias regiones quedan bajo el influjo de unas o de otras. Es el 'jet stream' o corriente de chorro, una autopista de aire entre los 7.000 y los 16.000 metros que se desplaza de este a oeste y donde confluyen corrientes cálidas que ascienden desde el sur (dorsal) con el frío que desciende del Polo (vaguada). Si las ondas son leves, el tiempo se mantiene estable, pero si son acusadas habrá anomalías. Eso sí, en ambos escenarios la temperatura de partida será cada vez más alta porque la atmósfera está más caliente.

Sergio Vicente Serrano es investigador del CSIC y colabora con el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre Cambio Climático (IPCC). Cuando hablamos con él se encuentra en Benidorm, donde la gente pasea por la playa, se tumba en la arena bendecida por el sol y hasta se anima a darse un baño. Él no parece sorprendido por el curso de los acontecimientos, que atribuye a unas condiciones a las que, recuerda, no es ajena esta estación del año. «Tenemos muy poca memoria meteorológica. Por supuesto que la subida generalizada de los termómetros que se está produciendo en el planeta es fruto de la intervención del hombre, y que ahora tengamos unas temperaturas más suaves de lo habitual, también. Pero que haya nevadas y precipitaciones extremas o temperaturas más suaves entra dentro de lo esperable en invierno por la propia dinámica atmosférica, y esa variabilidad es la que predomina. No todo es cambio climático», dice.

La situación vivida en Estados Unidos, abunda Vicente Serrano, no admite comparación con Europa. «Allí hablamos de una zona muy continental, de fachada este, donde habitualmente hace mucho frío por estas fechas; mientras que Europa recibe calor desde los trópicos vía corriente oceánica en su fachada orientada al oeste». Las cartas con que juega cada uno son distintas, como demuestran los veranos achicharrantes que han vivido en 2022 España o Reino Unido. «Pero, insisto, eso no nos libra de que dentro de dos semanas seamos nosotros los que tengamos unas condiciones muy frías, más en línea con lo que se espera de la estación, y a nadie se le ocurriría pensar por ello que hemos acabado con el cambio climático».

«La circulación atmosférica en escalas temporales rápidas (días) es básicamente turbulenta. Siempre va a haber eventos raros», explica Jon Sáenz, físico y meteorólogo de la Universidad del País Vasco. «El problema es que esos episodios se nos acumulan y lo hacen siempre en la misma dirección. Vamos hacia un clima más cálido, es un hecho. Claro que hay zonas donde ha hecho mucho frío y otras donde no, pero esto es consecuencia de que la corriente de chorro se ha curvado y a un lado, la vaguada, ha tocado frío (Estados Unidos), y al otro, en la dorsal de esa curva, donde estamos nosotros, calor. Y eso es así porque en el primer caso el aire polar ha sido transportado al sur, mientras que en Europa es el aire del sur, más caliente, el que ha subido al norte».

Incógnita abierta

A juicio de Sáenz, la pregunta que deberíamos hacernos es por qué se ha curvado tanto la corriente de chorro. «No existe en estos momentos una evidencia clara, aunque sí teorías. Una menor gradiente meridional –la diferencia de temperatura entre el ecuador y los polos– implica un 'jet' más débil y que se curve más, la asimetría entre el calentamiento de la superficie terrestre y el mar...». Las incógnitas, afirma el físico, siguen abiertas.

«No se puede asegurar la causa última de lo que pasa porque no conocemos todos los detalles, pero esto no significa que no pase nada». Llevamos mucho tiempo presenciando cosas que no son normales: altas temperaturas, sequías... La Universidad de Basilea advertía esta semana de que el calentamiento global amenaza la práctica del esquí en Suiza. No es para menos. Si allí están ahora a 20º, ¿qué nos espera en verano?

«Es la panoplia que lleva años repitiendo el IPCC y que nadie se toma en serio –afirma Sáenz–, gestando un escenario insostenible pero hacia el que nos dirigimos si no hacemos nada. La probabilidad de que lo que sucede se deba al azar en un clima sin efecto invernadero intensificado por el hombre es a mi juicio nula».

Menos agua y más calor

En España, ese calentamiento global se está notando a marchas forzadas y el pasado año ha sido paradigmático en ese sentido. «Los primeros registros de temperaturas se remontan a 1951. En un clima estable, sin efecto invernadero, sería normal que cinco días al año marcaran récord de temperaturas máximas y otros tantos de mínimas». Pero la realidad dista mucho de esos cálculos. «Hasta en 35 ocasiones se marcaron récords de temperaturas máximas y sólo dos lo han hecho de mínimas (el 2 y el 3 de abril pasados fueron los más fríos de la serie histórica)», detalla Del Campo. En un caso se ha multiplicado por siete lo esperado y en el otro se ha reducido a menos de la mitad.

Tampoco las precipitaciones han salido bien paradas, aunque no basta haber marcado un 15% menos para definir el año más seco (lo fue 2005, seguido de 2012 y 2017). A las lluvias por debajo de la media se ha sumado un año extraordinariamente cálido, «lo que sí está asociado al cambio climático», apunta Vicente Serrano. Se han superado por primera vez los 15º de media, lo que ha disparado el estrés hídrico de la vegetación, aumentado la evaporación de los embalses y disparado la demanda de agua de los cultivos de regadío. «En ese escenario, los recursos hídricos se reducen y no sólo por falta de lluvias».

«Que los últimos 8 años hayan sido los más cálidos desde que se tienen registros, no es casualidad –desliza el investigador del CSIC–. ¿Tenemos un cambio climático? Sí. ¿Es preocupante? mucho. ¿Tenemos que hacer algo? Por supuesto, porque esos eventos serán más frecuentes y de mayor severidad. Pero no podemos concluir que cada vez que hay un evento meteorológico extremo es por este motivo. Y decir esto no es de negacionistas».

Las reacciones

«De momento no cabe establecer una relación entre cambio climático y una frecuencia mayor de olas de frío o que estas sean más intensas»

Rubén del Campo

AEMET

«El cambio climático está aquí y nadie lo niega, pero la variabilidad atmosférica es dominante. Y decir eso no es de negacionistas»

Sergio vicente serrano

CSIC

«No se puede asegurar la causa última de lo que pasa ni todos los detalles, pero eso no significa en modo alguno que no pase nada»

jon sáenz

Universidad del País Vasco

  1. Millones de desplazados por crisis climáticas

Las diez catástrofes climáticas de mayor poder destructivo registradas el año pasado se cobraron 1.075 vidas, provocaron el desplazamiento de 1,3 millones de personas y costaron 160.000 millones de euros. Son datos de un estudio recientemente publicado por la asociación Christian Aid, en línea con las alertas que lleva años lanzando la ONU sobre fenómenos climatológicos extremos y la urgencia de actuar. «Las inundaciones en Pakistán, la sequía prolongada en el Cuerno de África o las olas de calor en Europa son solo algunos de los efectos del cambio climático que a partir de ahora se dejarán sentir con más frecuencia en tanto que no se tomen medidas para paliar el calentamiento global».

El catálogo de desgracias abarca desde brutales inundaciones hasta sequías pertinaces, incluso dentro de las fronteras del mismo país, caso de China. Entre las primeras destacan las registradas en abril en Sudáfrica, donde en apenas dos días cayeron más de 350 litros/m2 en algunas ciudades y murieron 435 personas. En agosto le llegó el turno a Pakistán, acostumbrado al embate del monzón, pero que esta vez recibió lluvias hasta un 75% más intensas de lo habitual, dibujando un escenario cataclísmico que no se veía desde 1961.

En el Sahel y el Cuerno de África, las sequías han sumergido en un infierno a Nigeria, a Somalia, a Chad, haciendo 80 veces más probables los aluviones y disparando la incidencia de plagas como la de langosta. Todo ello en un escenario de desabastecimiento alimenticio por la guerra de Ucrania.

Epidemia de incendios

La subida global de los termómetros ha golpeado también con especial saña a India y Pakistán, expuestos durante meses a temperaturas de hasta 50º; a Argentina, donde sus efectos se agravaron con incendios constantes y cortes de electricidad; o al Mediterráneo, que en algunos puntos ha registrado anomalías de 6º por encima de lo normal.

Como consecuencia de ese intenso calor, los fuegos forestales en España han emitido a la atmósfera 6,4 megatoneladas de carbono y se han convertido en habituales los incendios en lugares como Reino Unido o Escandinavia. De las 508.000 hectáreas que ardieron en Europa, más de la mitad estaban en nuestro país.

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