Hay cierta clase de gente que sufre la tentación irrefrenable de aleccionar al votante después de unas elecciones. Hace años le pasó a Vargas Llosa ... con aquello tan polémico de que la gente «votaba mal»; uno se acostumbra al dulce alboroto de aplausos en los atriles, miradas de admiración y esas blandas palmaditas en la espalda que resulta imposible contener esa pulsión natural: hay que ilustrar a los pobres ignorantes del planeta, que los muy tontos no saben.
Acaba de pasar con Chile, Suecia o Italia, cuyas elecciones han mostrado otra vez una colección histérica de opinadores, políticos y politólogos señalando con el dedo a esa bestia del fascismo que se acerca. Han llamado fascista ya a tanta gente que el chicle ha perdido su sabor, se ha desvirtuado el término adaptado una y mil veces a la horma deformada de sus obsesiones. En España es fascista todo el mundo menos los que de verdad encarnan bien el concepto; aquí cierta gente escupe y tira piedras al grito de fascistas a partidos democráticos cuando celebran cualquier acto en Rentería. El mundo al revés, España querida. Si no fuera tan funesto podría ser un chiste de Gila.
Vota Italia y otra vez las élites de la Unión Europea, cuya legitimidad queda diluida tras múltiples y sucesivas elecciones indirectas, advierten de las graves consecuencias. No parecen entender que millones de europeos italianos tal vez busquen darle un rumbo diferente a su nación y al de una propia UE obsesionada con la Agenda 2030. Al contar las papeletas muchos han vuelto a protagonizar con escándalo el cuadro de 'El Grito' que pintó Munch pregonando en las tertulias análisis que no dan ni para primero de sociología en la Complutense: menospreciar al votante y demonizar al partido ganador. Para combatir al populismo hay que abrir un debate serio sobre la inmigración, el tamaño de las administraciones públicas, la energía o la natalidad, que es lo que ha votado allí la mayoría del pueblo soberano. Italia, al igual que España, se ha ido empobreciendo y tiene hoy el PIB per cápita de hace 15 años. Quienes les han conducido hasta ahí les dicen que votan mal.
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