¿Dónde está Dios?
Dios está en este amor que crece en sienten suya la tragedia y tratan de aliviarla; en el que no duda en rescatar, a riesgo de la suya, las vidas que se lleva la corriente
Dónde está Dios?». Es la pregunta que un hombre dirigía a un sacerdote que, en Alfafar (Valencia), junto a un grupo de voluntarios, estaba barriendo ... el lodo, limpiando las casas y las calles, alentando desánimos, tratando de aliviar las consecuencias del desastre ocasionado por la Dana. La respuesta del sacerdote fue: «¿No lo ves en el amor que está surgiendo aquí?».
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Entre tanta desolación, la pregunta por Dios surge espontáneamente del abismo de la tragedia humana, de la incapacidad de hallar sentido a un drama que conmueve las raíces de nuestra humanidad. ¿A quién apelar cuando los mecanismos humanos no han sido capaces de evitar la catástrofe? La respuesta del sacerdote, que trata de poner un poco de consuelo en este infierno, es la respuesta del amor, de la solidaridad, que tan generosamente se hace presente aquí. Aquí está Dios, en este amor que crece en tantas personas que sienten suya la tragedia y tratan de aliviarla; en el amor del que no duda en rescatar, a riesgo de la suya, las vidas que se lleva la corriente; en el amor de los que empuñan una escoba, un cubo o una pala, conducen un tractor o una excavadora, comparten alimentos, domicilios, acompañan psíquica, espiritualmente. Aquí está Dios, en el amor que muere con todos los que mueren, que comparte la angustia de los que aún esperan a los suyos, que sufre el desgarro de las familias rotas, destruidos hogares y recuerdos más íntimos. Aquí está, siendo víctima con cada una de las víctimas, crucificado con los crucificados.
¡Dónde iba a estar el Padre sino donde sus hijos! ¡Dónde iba a estar sino con los que acuden cada día a achicar agua, a transportar ancianos, a medicar enfermos, a repartir el pan de la esperanza en tanto sufrimiento! ¡Cuánta gente implicada en la tarea de recuperar vidas, restaurar voluntades, ser comunión orante en el silencio! El dolor los ha unido. Frente a la desolación no hay diferencias. Ante la adversidad de los hermanos aflora lo mejor de cada uno para ponerse a disposición de los que sufren. En medio del dolor y de la muerte renace la esperanza, crece la comunión. Aquí está Dios.
No está en los depravados que saquean hogares, almacenes, farmacias, para hacer del desastre su negocio; no está en los timadores que estafan la inocencia de la gente; no está en los insensibles que piensan que el dolor no va con ellos; no está en los fatalistas, que achacan al destino inexorable cuanto ocurre en la tierra; no está en los que construyen pensando solamente en las ganancias económicas, sin evaluar las zonas inseguras ni prevenir los riesgos; no está en los que pretenden sacar partido ideológico o político frente a sus adversarios; no está en los que dilatan los planes preventivos, como si protegerse del peligro que amenaza las vidas no fuera prioritario. En ellos no está Dios sino llamando a su conciencia, para que le abran paso y puedan transformar su corazón mezquino en conversión sincera a la fraternidad sembrada en ellos desde su nacimiento. En ellos no está Dios sino tratando de aunar inteligencias, esforzar voluntades, que estudien soluciones y las pongan por obra sin esperar la próxima tragedia. ¡Cuántos males podrían evitarse con una actitud justa y responsable, atenta al bien de todos!
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¡Qué tristemente actuales los versos de Vallejo! ¡Cómo expresan la ancha voracidad de la tragedia del sufrimiento humano, que invade espacios, tiempos, cuerpos y almas sin saciarse nunca! Cómo a la naturaleza terrible del dolor el escritor opone el compromiso y la necesidad de combatirlo: «Y, desgraciadamente, el dolor crece en el mundo a cada rato, crece a treinta minutos por segundo, paso a paso, y la naturaleza del dolor es el dolor dos veces y la condición del martirio, carnívora, voraz, es el dolor dos veces... y el bien de ser, dolernos doblemente. Jamás, hombres humanos, hubo tanto dolor en el pecho, en la solapa, en la cartera... ¡Jamás tanto cariño doloroso...! ¡Crece la desdicha, hermanos hombres..., y es una inundación... con propio barro y propia nube sólida! El dolor nos agarra, hermanos hombres (...) y es muy grave sufrir, puede uno orar (...) Señor ministro de Salud: ¿qué hacer? ¡Ah! desgraciadamente, hombres humanos, hay, hermanos, muchísimo que hacer».
«Muchísimo que hacer». Así lo han entendido tantos voluntarios, que siguen relevándose, empleándose a fondo en la tarea. Ellos, dando su tiempo, su bondad, su energía, van haciendo verdad esperanzada los versos del Cantar de los Cantares (8,6-7): «El amor es más fuerte que la muerte (...), las aguas caudalosas no podrán apagar el amor, ni los ríos anegarlo»!
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