Territorio hostil

Os voy conociendo. O al menos eso creo o me hacéis creer. Porque como bien me dijeron mis mejores amigos el día que anuncié que me venía para aquí: «Nunca te fíes. Vas a territorio hostil».

Y ahí que hice mi maleta. Dejé la capital de mi Reyno, la inigualable Pamplona, y crucé el Ebro como si fuera una aventura similar a hacer las Américas en barco. Vale que solo era para cinco días, que el finde tenía plan con mi cuadrilla foral... Pero para mí era como una auténtica emigración. Una diáspora.

Consideré que tiraba un muro en mi forma de enfrentarme al sur del Ebro. Y eso que Tudela está a vuestro lado. Pero los de mi especie capitalina navarra siempre miramos más al norte que al sur. Y el muro mental siempre existe. «¿Ir a tomar algo a Logroño? Mejor vamos a dejarnos el sueldo de pintxos por Donosti». Esa es la frase más típica cuando queremos salir de nuestra burbuja foral.

Así que el muro era grande. Casi no os conocía y me costó derribarlo. Y como Gorbachov, tuve que ponerme la mancha en mi reluciente calva y afrontar que hay que abrir la mente para sobrevivir en este mundo tan cosmopolita del Valle del Ebro.

Y este martes, que murió el señor ruso éste que veía en la tele de casa de mis padres con sus movidas de la Perestroika, el muro de Berlín, su aperturismo y su mirar más allá de la madre patria, mis jefes me propusieron que además de hacer grafiquillos, podía contar mis movidas para tirar el muro mental entre nuestras regiones: para reírnos un rato, por la diversión y la (in)sana rivalidad de los ebrios. Y aquí estoy. Espero no enfadaros mucho. Y si es así... Perdonad, pero el problema será vuestro. Yo estoy muy contento con mi dualidad.