Revolucionarios

LA PLAZUELA PERDIDA ·

Hay un viejo y conocido dicho: «Quien a los veinte años no es revolucionario, no tiene corazón; quien lo es a los cuarenta, no tiene ... cerebro». Mi amigo Fermín, que ya no cumple los cuarenta y fue, en su juventud, como la mayoría, un ferviente revolucionario, ha cambiado aquel dicho por este otro: «Quien a los veinte años no es revolucionario, es que tiene el riñón bien cubierto por papá; quien lo es a los cuarenta, es que quiere cubrirse el riñón a cuenta de la revolución».

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Estas frases de Fermín, que siempre ha sido de verbo incendiario, aunque no de ideas, me han hecho pensar en la actual hornada de políticos revolucionarios, ya no tan jóvenes, y sus evidentes contradicciones. Me recuerdan otra frase de mi tío Nicanor, que decía: «De los curas, quédate con lo que digan, no con lo que hagan; de los políticos, quédate con lo que hagan y no pierdas el tiempo analizando lo que digan». Si aplico a la realidad este refranillo, veo que tiene bastante razón: no creo que se pueda poner ningún pero a las palabras evangélicas de los curas, aunque sí, tal vez, a alguno de sus actos; y si me fijo en esos políticos revolucionarios de nuevo cuño que hablan mucho y muy alto en el Congreso y en los medios, ingresan sus buenos dineros y, algunos, viven en mansiones, he de reconocer que el dicho de mi tío Nicanor era bastante acertado. Es cierto que aprovecharse de los débiles para enriquecerse es propio de ruines y de malas personas, pero creo que es aún peor utilizar la defensa de los oprimidos para conseguir ascenso social o riqueza.

Esta nueva ola de revolucionarios me recuerdan a mi época universitaria, cuando íbamos a manifestarnos –siempre a distancia de la policía, pues los grises de Franco no se andaban con bobadas–, antes de quedar a tomar unos vinos en la madrileña calle de la Princesa. Claro que entonces teníamos veinte años y Franco se estaba muriendo en la cama. Revolucionarios, de verdad, había muy pocos y, desgraciadamente, buena parte estaban en la cárcel. Siempre me han merecido mucho respeto los auténticos revolucionarios que, en España, nunca han sido muchos –los que se han visto envueltos en delitos de sangre no, porque justificar un asesinato repele a cualquier persona de bien–, pero, estos de ahora, que intentan justificar a los violentos incendiarios de contenedores y de los que nunca sabes si ejercen de gobernantes, de oposición, de dinamiteros de instituciones o de antisistemas, tengo la sensación de que siguen siendo como aquellos revolucionarios veinteañeros que acababan sus manifestaciones tomando copas. Claro que estos son cuarentones. Por lo menos.

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