Mi amiga Mati trabaja desde hace varios años como profesora de Literatura en Andalucía. Aunque les parezca mentira, cuando nos vemos apenas si me deja ... meter baza, ya que es una entusiasta de su trabajo y siempre tiene alguna historia interesante. Ella es una firme defensora de la juventud, piensa sinceramente que no hay malos alumnos sino malos maestros o que, parafraseando a Víctor Hugo, «no hay malas hierbas ni hombres malos, solo hay malos cultivadores».
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De todas sus anécdotas, la que prefiero es la de la madre de su alumno Miguel. Se trataba de su primer destino como interina en un pueblo de Sevilla y nunca olvidará aquel claustro en el que profesores y profesoras se referían a este chico como al enemigo público número uno del instituto. Un tal Miguel, que a sus 15 años ya era un caso perdido. Por lo visto cuando expresó, tímidamente, su opinión de que habría que ayudarle, la mayoría de sus compañeros le respondieron que eso lo decía porque estaba empezando en la docencia, que ellos ya habían pasado por ahí y que con el tiempo te das cuenta de que la carne de cañón no tiene solución.
Mati es más joven que yo, así que la conozco desde siempre e imagino que esa expresión de carne de cañón le resultaba familiar. Sus padres emigraban cada año a Francia desde mayo a noviembre. Ella y sus hermanos también los acompañaban, así que, normalmente se iba antes de que acabara el curso y se incorporaba cuando ya llevaba dos meses iniciado. A pesar de estas dificultades, había conseguido ir a la universidad y, contra todo pronóstico, ahora era profesora. Así que nadie mejor que ella para ayudar al famoso Miguel. Y lo cierto es que consiguió que en un par de meses, por lo menos, aprobara su asignatura. No era mucho, pero consiguió la felicitación y el reconocimiento de sus compañeros.
La sorpresa vino cuando se disponía a marcharse y se encontró con la madre de Miguel en la puerta del centro. La señora le explicó que había recibido malos tratos por parte de su marido, que nadie les había ayudado nunca hasta ahora y que le rogaba que les dejara irse con ella a su pueblo de Granada. Mi amiga le respondió que eso era imposible, que no tenía casa propia. Pero, por raro que parezca, el caso es que Mati convenció a sus padres para que dieran techo y comida a una desconocida y a su hijo. Era verano, le buscaron trabajo recogiendo lechugas y Miguel y su madre pronto alquilaron una pequeña casa. Por supuesto los dos han pasado a ser parte de la familia de Mati.
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Traigo aquí esta historia porque con motivo del Día Internacional de la Mujer he visto al presidente del Gobierno y a la ministra de Igualdad dando una rueda de prensa. Estoy completamente de acuerdo con que haya un Ministerio de Igualdad, pero quiero apuntar aquí que las mujeres víctimas de violencia de género necesitan algo más que una rueda de prensa o un discurso. Es preciso que se invierta en protección policial y sobre todo en que se les proporcione una vivienda y un trabajo que les permita no depender de sus agresores.
Porque, y dicho sea de paso, si el feminismo institucional no va acompañado de presupuestos suficientes no es feminismo, es oportunismo.
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