Matemáticas socioafectivas

LA PLAZUELA PERDIDA ·

Tras la hora de exposición del tema, en un examen de oposición, y al final del turno de preguntas por parte del tribunal, uno de ... sus miembros me preguntó: «¿Qué piensa usted de las mujeres en la historia de las matemáticas?». Tras la sorpresa inicial y trsas una breve reflexión, contesté un poco asustado: «Ahora no se me ocurre ningún nombre de mujer relevante en las matemáticas». Se rieron y uno de ellos dijo: «Es que no hay ninguna. Era una broma».

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El asunto tiene su miga porque, aparte de lo poco afortunada que fue la supuesta broma, a pesar de la histórica opresión sufrida por las mujeres y de las dificultades para su formación, en casi todas las materias han surgido rebeldes, del sexo femenino que consiguieron alcanzar la cima de la ciencia o de las letras, pero es cierto que, aunque hay alguna mujer –Hipatia, la condesa de Lovelace, Sophie Germain–, no hay teoremas con nombre de mujer ni axiomáticas ni teorías de importancia en las matemáticas. Saco esto a relucir porque están apareciendo muchos trabajos –supongo que tiene que ver en ello la generosidad pecuniaria en todo lo relacionado con los estudios de género– sobre mujeres importantes u olvidadas en la historia, cuando el mayor exponente del ostracismo y abandono a que ha estado sometida la mujer, en el terreno cultural, es precisamente la escasez, cuando no ausencia, de ellas en la historia.

En el reciente real decreto que establece la ordenación y las enseñanzas mínimas de la ESO se habla del sentido socioafectivo de las matemáticas, que parece que trata, entre otras cosas, aunque no es fácil entenderlo, de la erradicación de ideas preconcebidas relacionadas con el género. Esto último es muy loable, pero ¿de verdad tiene algo que ver con las matemáticas? Puede que me esté haciendo mentalmente viejo, físicamente ya lo soy, pero no entiendo estos derroteros de la educación, en la que parece que lo importante no es esforzarse y aprender sino seguir unas normas de conducta, a veces con carga ideológica y que me resultan excéntricas en algún caso, verbigracia: relacionar el animalismo con la enseñanza, que puede llegar a dar la impresión de que para aprobar es necesario proteger la dignidad de los animales. ¿También de las ratas, las cucarachas o las bacterias que nos enferman? Es que alguien puede interpretar que, si no eres vegetariano, tienes difícil aprobar.

Después de pasar mi infancia y juventud sometido a adoctrinamiento, me cuesta tragar este otro tipo de doctrina. Y los políticos sin ponerse de acuerdo en una ley educativa que dure y sirva para todos, que no adoctrine y que sea instrumento para conseguir la igualdad de oportunidades en la vida, pero no el igualitarismo por ignorancia, que perjudica, sobre todo a quien no puede pagarse otra educación. Con estos derroteros y las matemáticas socioafectivas, creo que me jubilé en un buen momento.

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