«Raros son esos tiempos felices en los que se puede pensar lo que se quiere y decir lo que se piensa». (Tácito)
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El caso ... del rapero Hasél ha vuelto a iluminar la nebulosa en la que se encuentran los límites de la libertad de expresión, que es como un solenoide que avanza sin encontrar destino. Sin entrar en el caso del cantante, que no me interesa gran cosa –nunca tan mal artista consiguió tanta popularidad; la fama es otra cosa, que hay que ganarse con talento y trabajo, y un broncas es un broncas, lo diga Agamenón o lo diga su porquero–, la pregunta que muchos nos hacemos es: ¿hasta dónde debe llegar la libertad de expresión?
Siempre se ha dicho que la libertad de uno acaba cuando choca con la libertad de los demás. Si todos fuésemos personas correctas, que no insultan ni quieren hacer daño a nadie con la palabra, no nos plantearíamos esta cuestión, pero el mundo es como es, así que es necesario legislar cuándo cruzamos los límites de la libertad de expresión y hemos de ser penalizados.
El asunto se complica desde el lógico momento en que han de ser los legisladores parlamentarios, o sea, los políticos, quienes decidan cuáles han de ser esos límites, pues ya se sabe que no es lo mismo 'lo mío' que 'lo del otro', no es lo mismo aquello que favorece a mis ideas que lo que favorece a las del otro. Hay que tener mucho ojo con la libertad de expresión, porque los límites que se pongan han de ser los mismos para todos, teniendo que aceptar tanto la libertad para decir lo que nos gusta oír como para lo que nos ofende. No se debe hacer como algunos políticos de nuevo cuño, de variadas ideas, que ven bien despenalizar expresiones que pueden atentar contra la libertad de palabra, a la vez que piden penalizar otras del mismo calibre, según criterios de afinidad ideológica. La libertad de expresión ha de ser igual para todos, nos guste o no lo que oigamos. Yo no sé si injuriar al rey, jalear el terrorismo o a dictadores, insultar repetidamente a instituciones, etc. han de ser actos constitutivos de delito, pero sí sé que no puedo despenalizar los que me gustan y penalizar los que me ofenden.
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Mi amigo Salva, que tiene un tono al hablar que me impide calibrar bien si habla en serio o en broma, decía, el otro día: «¡Tan mal canta ese rapero para que lo metan en la cárcel! Mi cuñado, que es guardia civil y me tiene ganas, cuando echo una jota, siempre me dice '¡qué mal cantas!', pero no saca las esposas para llevarme a la cárcel». ¡Ah!, también dijo, pidiéndolo por favor, que el Gobierno no intente salvar la Semana Santa, que bastante tuvimos con el intento de salvar la Navidad.
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