La luz, no hay duda, es un bien de primerísima necesidad. Hoy en día, que antes no lo era. En mi primera infancia, recuerdo las ... luces del pueblo, apenas una cerilla en la noche, que en verano no alumbraban más que tres o cuatro horas al día, pues la pequeña central del río Tirón no tenía fuerza por la débil recial del estiaje. Y no pasaba nada por no tener luz: la comida se hacía con leña y la modernidad era el hornillo de petróleo; no había calefacción, solo el calor de la cocina económica y el brasero de cisco, que inundaba de tufo la escalera en días estancos y de niebla; tampoco existían electrodomésticos y se lavaba en el río... La luz no era tan importante.
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Ahora es otro cantar. Si se va la luz, el mundo se para: no se puede hacer la comida, se estropean las cosas del congelador y del frigorífico, no se puede lavar y, sobre todo, no funcionan los ordenadores, lo que supone parar todo. Si no hubiese luz durante una semana, el caos reinaría por doquier. Estamos en un mundo totalmente dependiente de la energía y, especialmente, de la electricidad. Por eso sorprende el escaso control, por parte de los gobiernos, especialmente del nuestro, sobre las empresas eléctricas. Siempre nos ha dado un poco de miedo la palabra nacionalización, por sus connotaciones comunistas y el nefasto ejemplo que nos han dado las repúblicas soviéticas y sus adláteres, pero, viendo lo que ocurre con el precio de la luz, ya empieza a no sonarnos tan mal. Y es que lo de la factura de la luz comienza a ser escandaloso. Ya resultaba vergonzosa la estructura del recibo eléctrico, pues, además de que no hay quien lo entienda, contiene un montón de impuestos y pagos raros, pudiéndote encontrar con que pagas unos pocos euros, por energía consumida, y, sin embargo, el coste total del recibo se va a las nubes. Déjense de vainas, pongan a tanto el kilovatio, se multiplica ese tanto por el número de kilovatios consumidos y ese es el precio del recibo. Como era siempre, hasta que comenzaron a tomarnos el pelo.
Lo más curioso del caso es recordar cómo se quejaban los actuales gobernantes, cuando mandaban otros, del precio de la luz y de las puertas giratorias, que esa es otra, y resulta que ahora han batido todos los récords de encarecimiento de la electricidad. Si entonces tenían muy claro lo que había que hacer para poner orden en este asunto tan sensible al bolsillo de los ciudadanos, pues háganlo de una vez. No sé qué tienen las empresas energéticas que nadie se atreve a poner orden en sus abusos. Sí, ya sé que no solo son ellas, también la telefonía, aunque siempre queda el recurso de no usarla. Con la luz no podemos dejar su uso. Ni con los bancos, aunque nos gustaría, pero esa es otra historia.
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