Los libros no nos hacen mejores, pero, aunque suene a tópico, hay libros capaces de cambiarnos la vida o, en su defecto, de condicionarla promoviendo ... inquietudes y conductas que, en su ausencia, tal vez jamás hubiésemos tenido la oportunidad de vivir. Si me expreso en estos términos no es porque trate de defender el papel de la lectura en estos tiempos en los que, aunque se afirme lo contrario, casi nadie lee, sino por experiencia propia.
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El libro más influyente, el que de algún modo me ha marcado a lo largo del tiempo que llevo aquí, se titula 'On the road' o 'En la carretera', una novela firmada por Jack Kerouac que fue publicada por primera vez en EE UU en septiembre de 1957 por Viking Press y cuya versión en castellano apareció dos años después por iniciativa de la editorial argentina Losada. Sé, además, que no he sido el único. Todos mis amigos más cercanos, con los que, además de compartir afinidad e inquietudes, compartía pupitre en la misma facultad fuimos víctimas del mismo hechizo o de la misma seducción. La que las andanzas de Dean Moriarty y Sal Paradise, sus dos principales protagonistas, ejerció en nuestros espíritus veinteañeros. Sin embargo, el único que se propuso emular o llevar a la práctica el ideario beatnik contenido en la obra o, al menos, en una parte de ella, fui yo mismo. Por eso me embarqué en media docena de viajes en autoestop que, entre 1981 y 1988, me llevaron a recorrer buena parte de Europa y de algunos países limítrofes. Andanzas que se prolongaban durante los meses estivales y en las que no había destino porque la verdadera meta era la carretera, mantenerse en movimiento, recorrer el camino que aparentemente conducía a ese supuesto destino.
Así es como me forjé como persona y como adulto. De espaldas a la realidad y a lo previsible, a imagen y semejanza de los personajes por los que en aquel entonces sentía auténtica idolatría: los miembros de la Generación Beat. Y, aunque ha pasado mucho tiempo desde entonces, de aquellos polvos... estos lodos, es decir, la persistente inmadurez, la rebeldía, la irresponsabilidad, la resistencia a integrarme y los deseos de huir que, a estas alturas de la existencia, todavía me acompañan y que creo que lo harán hasta que cese el viaje y deje este mundo. A pesar de todo ello, y no sin cierto esfuerzo, he logrado establecer relaciones sentimentales duraderas, tener trabajo, una carrera profesional y ser padre. Esas cosas que suele o solía hacer la gente de bien, las personas normales, algo que, en el fondo, creo que nunca he deseado ser, pero por lo que he intentado pasar.
Mientras resuelvo estas contradicciones y trato de hacer las paces con mi pasado, no dejo de pensar en las personas a las que un día hice daño y lamento que algunas ya no están aquí para decirles que lo lamento y solicitar su perdón.
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