De un tiempo a esta parte, en la comarca de las charcas habían proliferado los incendios considerablemente, en cada charca y en cada habitáculo de cada charla. Las «ranas sabias» y las «expertas» gritaban y conjuraban toda suerte de culebras. El enfrentamiento entre ellas habían alterado a las «ranas de a pie» y se cometían mil traperías por doquier. Las «ranas del sur» dijeron que la población estaba: crispada, harta, insatisfecha y hasta llena de odio. Y esto era muy grave.
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La culpa semejaba un pelotón enorme que iban echándose de unos a otros. Las «ranas sabias» apagaban el humo apartando a las más incendiarias de entre ellas mismas, tratando de aislarlas. Las «ranas de a pie» echaban toda la culpa a las anteriores, porque no hacían bien su trabajo de dirigir las charcas, de buscar el bien común y liderar a los batracios sin titubeos ni engaños. Las ranas «expertas» y otras «mediáticas» criticaban a la ciudadanía por no saber pensar, ni analizar ni decidir por sí mismas.
Y allí estaban, nuevamente, en conclave las «ranas sureñas». Ellas sabían que disipar el humo no era acabar con el fuego y que sin dar con lo que encendía hogueras, estas siempre se estarían propagando. La rana de más experiencia recordó una fábula muy antigua —ya ni se acordaba de la procedencia, pues la había oído muchas veces atribuida a diferentes personajes y países—. La leyenda contaba que un abuelo hablaba con su nieto y le refería la lucha de los dos lobos que todos llevamos dentro. Uno es amable, comprensivo, generoso, solidario. El otro es huraño, egoísta, interesado, solo piensa en su propio beneficio a cualquier precio, pudiendo llegar a ser despiadado y cruel. El nieto veía en los gestos del abuelo los dos lobos y su pelea continua, y muy intrigado le preguntó: «Abuelo, ¿cuál de ellos ganará?». A lo que este, serenamente, le contestó: «Ganará el lobo que tú alimentes».
Las compañeras aplaudieron el relato y la referencia directa a la situación que estaban viviendo: «Las ranas sabelotodo», las que debían dar el mejor ejemplo alimentando sus lobos nobles y generosos, se congratulaban de nutrir a su lobo ególatra, cultivando el recelo, la incertidumbre y hasta el odio en las «ranas de a pie».
Luego debatieron si ya habían llegado al punto en el que «la política es el paraíso de los charlatanes», como dijo Bernard Shaw, o todavía estaban en el del filósofo Dewey: «La educación no es preparación para la vida; la educación es la vida en sí misma». Apostaron por lo segundo, seguir insistiendo en la Educación. ¡Otra vez a presentar sus planes más especificados y claros que nunca; a buscar adeptos, y a no perderlo!... Y en la historia, querido lector, toda similitud con la realidad es pura coincidencia... o no.
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