Irene Montero y tres amigas se han ido de viaje a América. Han compartido unas fotos encantadoras «en el gramíneo rubor de la sonrisa», como ... escribió García Lorca en 'Poeta en Nueva York'. Ha sido poesía incendiaria ese viaje a todo lujo porque con él ha vuelto el fuego cruzado.
El debate es viejo y regresa cada vez que un comunista se compra un Mercedes o se va de vacaciones a una isla privada en Bora Bora. Yo no entro a juzgar el gasto, sino el desprecio que muestran por la ideología que les da de comer. Nadie lee hoy el 'Manifiesto Comunista' ni 'El Capital', y es agotador recordarles otra vez el principio elemental de esa corriente de pensamiento tan actual: el modelo económico marxista es un juego de suma cero en el que la riqueza de unos es consecuencia de la miseria de otros. Marx lo argumentó admirablemente y la síntesis es que nadie puede enriquecerse si no es a costa de empobrecer a otro. Por eso que Iglesias se compre un chalet de 600.000 euros o que Alberto Garzón monte una boda de príncipe centroeuropeo representa la categoría máxima del hipócrita político.
«Lo que os jode es que prosperemos y vivamos bien» dicen a la defensiva. No. Hay que desempolvar los libros. Cansa mucho explicar el marxismo todo el rato, y además tampoco hay que exigir al gobernante comunista o socialdemócrata que viva como Diógenes metido en una barrica, solo que demuestren un poquito de pudor con los estándares éticos que defienden y que tanto vocearon cuando andaban con un megáfono por los pasillos de la Complutense. Un comunista forrado es un insulto a la gente porque según su propio ideario la opulencia del millonario es capital robado al trabajador; Javier Cansado confiesa que abandonó el comunismo cuando empezó a ganar mucho dinero. Toda esta tropa nuestra de comunistas con mayordomo y viaje en Falcon a Manhattan son una vieja epifanía, ya vimos a Fidel Castro con dos Rólex. José Mujica lo dijo en la CNN: «A los que les gusta mucho la plata hay que correrlos de la política». Ah, si Anguita levantara la cabeza.
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