En mi pueblo hay una encina. Hasta el siglo pasado, los encinares bordeaban la vieja calzada romana. Desde la ermita del antiguo Camino de Santiago ... hacia Burgos, era el Monte Arriba; hacia Logroño, el Monte Abajo. Siguen llamándose así, aunque ya no haya monte ni encinas. Cuando éramos estudiantes, plantamos una encina, de apenas dos palmos, y conseguimos que creciera. Pasados más de cincuenta años, era un orgullo mirar sus muchos metros de altura y su follaje, refugio de gorriones, palomas y de una rara jineta, llegada de otros territorios. Su sombra y sus raíces nos habían hecho sacrificar un trozo de la huerta, pero lo dábamos por bien empleado, ya que se trataba de la única encina del pueblo, recuerdo de otros tiempos y otras gentes cuando los encinares dominaban las tierras de la Rioja Alta y la Riojilla.
Publicidad
En mi pueblo hay una carretera. En mi infancia estaba bordeada, a ambos lados, por grandes árboles: plataneros, moreras, olmas centenarias, álamos blancos... y, sobre todo, nogales. En los años sesenta, arreglaron la carretera, que estaba sin asfaltar, y cortaron todos los árboles. No quedó ni uno; como tampoco quedaron ninguno de los que salpicaban los campos. La concentración parcelaria acabó con todos, hasta los frutales de las viñas desaparecieron.
Quedaba la encina, pero estaba a cinco metros de la carretera, aunque alguna de sus largas ramas sobrevolaba el asfalto, a considerable altura. El otro día, al amanecer, que es la hora de las pesadillas, los miedos, los infartos y los atropellos, llegaron gentes desconocidas, con sierras mecánicas, y cortaron media encina, rompiendo su bella simetría y desarbolando su hermoso follaje. Luego, sacaron fotografías de su hazaña, supongo que para enseñarlas a los ordenantes de aquella tropelía.
En ese momento llegué y pregunté al fotógrafo, por cierto una persona de raza negra, correcta, atenta y amable, por qué habían cortado la mitad de la encina; y el hombre contestó con laconismo: «Por orden del Gobierno».
Publicidad
Dejando de lado el carácter único del árbol, que hubiera merecido, al menos, el visto bueno de Medio Ambiente y un estudio de la poda conveniente, que preservase su hermosa estampa, en vez de cortar por lo sano media encina, dañando su frondosidad, me ha llamado la atención la prepotencia de los instigadores del desafuero, esos que no sé quiénes serán y a los que el fotógrafo llamó «el Gobierno», que se atreven a cortar medio árbol sin ni siquiera avisar al propietario, que casualmente soy yo, de sus intenciones. ¿O es que ya no creen en la propiedad privada? ¿Serán como aquel que escribió el libro titulado 'La propiedad es un robo', en el que se leía, junto al ISBN, «Es propiedad del autor». En esto de la prepotencia me temo que llueve sobre mojado.
¡Oferta especial!
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión