ANECDOTARIO

Vino y encendió su hoguera

Domingo, 25 de junio 2023, 02:00

Bob Dylan vino a Logroño como un hechicero de otro tiempo. Acampó aquí el último trovador que camina por el mundo y por la noche ... encendió su hoguera en esta ciudad olvidada, en las horas del solsticio en las que tantos brujos cantaron, danzaron y contaron historias para que los hombres soñaran y los dioses rieran. Fuera se desataba el diluvio y en el Palacio de los Deportes los aplausos se fundían con el murmullo blanco de la lluvia que golpeaba el techo, un rumor electrizante que subía y bajaba por el auditorio y que envolvía al viejo profeta encorvado en su misterio.

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Sin móviles entre el público, todos los ojos se concentraban como rayos láser en la figura de Dylan, que cantaba y tocaba el piano rodeado de cinco músicos pendientes de cada gesto del gurú. Tiene 82 años engañosos, y al mirarlo tan mayor recordé la anécdota que cuenta en sus memorias, cuando estaba comenzando su andadura en la industria musical y el boxeador Jack Dempsey le dijo: «estás muy flaco para ser un peso pesado». Lou Levy le corrigió: «No es boxeador, Jack, es cantante y vamos a editar sus canciones». La respuesta del campeón mundial de boxeo fue esta: «Ah, bien. Espero escucharlas un día de estos. Buena suerte, chaval».

Era la primera noche del verano y entre canción y canción la gente aprovechaba para ir a por bebida. Un tipo pasó como una sombra haciendo equilibrios con tres katxis de cerveza en las manos. Fue una silueta oscura y difuminada, porque la luz del escenario era muy tenue aunque a ratos refulgía el brillo de los relámpagos que fustigaban la calle; había un huracán dentro y una tormenta fuera.

El momento de mayor comunión vino en el tramo final, cuando Dylan presentó a la banda y se arrancó con el ritmo ferroviario y blusero de 'Gotta serve somebody'. Sonreí y lo miré como miran los niños por el agujero de una pared para ver un tiempo que ya no existe, para contemplar al superviviente final de una estirpe mitológica de la que formaron parte Elvis Presley y Johnny Cash. Pero Dylan está vivo, da conciertos, permanece burlón y desafiante apoyado en su propia estatua de mármol en el Paseo de los Gigantes. Y ahí estaba, fuera del Olimpo de los dioses de la cultura americana, hecho carne y tocando la armónica en la noche más corta del año sobre un escenario de esta pequeña ciudad de provincias que es la mía. Yo lo veía cantar con ese fraseo suyo tan nasal, con esos finales de verso que hace ascendentes y evocadores, y el viejo brujo de la mirada de Western me hizo recordar otras noches siendo un crío, todas aquellas veces que, tirado en la cama, escuchaba sus canciones en cintas de casete que ya no sé por dónde están.

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